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Tragedias colombianas

En tantos rincones de Colombia donde a esta hora se recluta un niño, se desplaza una familia o se le dispara a un taxista que cometió el ‘crimen’ de cruzar una frontera invisible para llevar dos pasajeros a casa.

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Paola Guevara, columnista
Paola Guevara, columnista. | Foto: El País

1 de sept de 2025, 02:16 a. m.

Actualizado el 1 de sept de 2025, 02:17 a. m.

En 2025 conmemoran 40 años de la tragedia de Armero. Más de 20.000 personas muertas y una ciudad borrada de la faz de la tierra por la erupción del volcán Nevado del Ruiz.

Toda tragedia deja símbolos, que de alguna manera encarnan el horror de muchos otros que no tienen nombre. En este caso fue la agonía y muerte de la niña Omayra Sánchez. Todos recordamos aquellas escenas apocalípticas, su dolor televisado, su muerte cubierta por las cámaras y recirculada para noticieros del mundo.

Pocos saben que hubo otra Omayra. Me lo contó Desirée, una valiente voluntaria de la Cruz Roja, quien enfrentó aquel infierno con las pocas herramientas que tenían a mano.

Con el agua salada de las latas de salchichas vencidas daba goticas a los niños deshidratados, despejaba las vías aéreas de los damnificados y descubría los ojos de los heridos cubiertos de lodo azufrado. Cuando Desirée y un grupo de sobrevivientes ya desfallecían de hambre y sed, hallaron en el barro un camión volcado que transportaba yogurt. En yogurt, entonces, se bañaban la cara y las manos para evitar que el azufre y el embate del sol carcomieran su piel.

Y como en Colombia el café parece destinado a abrir caminos, los bultos de un camión volcado sirvieron como carreteras improvisadas para llegar a algunos sobrevivientes de Armero.

En aquellos tiempos, mediados de los 80, los voluntarios colombianos se sorprendían al ver llegar a los rescatistas suizos, suecos, estadounidenses, entrenados y con equipos de primera, uniformes especializados, tiendas, arneses, cascos, mientras los colombianos tenían arrojo, honor y humanidad como única pertenencia.

Cuando intentaban sacar a Omayra, ella decía: “salven a otros, mi papá no me deja ir”. Cuenta Desirée que, al morir la niña, la cubrieron con bultos de café para que los periodistas no siguieran tomando fotos, y al hundirse se destrabó el cuerpo de su padre y flotó. “Ella tenía razón, él había muerto aferrado a sus piernas. Eso y una viga nos impidieron sacarla”.

Pero hubo otra Omayra, cuenta Desirée, una mujer embarazada que solo pedía que salvaran a su hijo. No se dejaba tocar de los rescatistas hombres. Sus piernas eran girones de carne, al final perdió las dos piernas, pero se salvaron ella y su bebé.

Tantas Omayras hay, con otros nombres y destinos igualmente trágicos. Como la pequeña niña con Síndrome de Down, Valeria Afanador, que acaba de aparecer muerta. O la tortura y asesinato de la mujer trans Sara Millereley.

Acaba de vivirlo Cali. Se vive en Antioquia. En el Catatumbo. En tantos rincones de Colombia donde a esta hora se recluta un niño, se desplaza una familia o se le dispara a un taxista que cometió el ‘crimen’ de cruzar una frontera invisible para llevar dos pasajeros a casa.

Tantas tragedias ha vivido Colombia, tantas. Muchas de ellas causadas por la naturaleza, como Armero, agravadas por el atraso, la pobreza y la falta de recursos. Por eso resulta paradójico que aún haya quienes elijan, deliberadamente, a conciencia, causar nuevas tragedias.

Paola Guevara (Cali, Colombia). Escritora, periodista, editora y columnista de Opinión. Sus novelas 'Mi Padre y Otros Accidentes' (autobiográfica) y 'Horóscopo' (ficción), publicadas en español por Editorial Planeta y traducidas al italiano por Cento Autori, están en proceso de llegar al cine. Tras 21 años de destacada trayectoria en importantes medios de comunicación escritos nacionales y regionales, como Revista Cambio, Cromos, Casa Editorial El Tiempo o El País Cali, entre otros, desde el año 2022 es Directora de la Feria Internacional del Libro de Cali. Asesora en Protocolos de Familia, conferencista, gestora de proyectos editoriales y coach de escritura creativa, en la actualidad vive en Cali y escribe su tercera novela.

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