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Librerías de viejo

Una de las cosas que más extraño de Bogotá son las buenas librerías de viejo. En primer lugar San Librario, del gran Álvaro Castillo, a quien podemos considerar en el podio de los mejores libreros ya no sólo de Bogotá o de Colombia, sino de toda América Latina

12 de diciembre de 2017 Por: Santiago Gamboa

Una de las cosas que más extraño de Bogotá son las buenas librerías de viejo. En primer lugar San Librario, del gran Álvaro Castillo, a quien podemos considerar en el podio de los mejores libreros ya no sólo de Bogotá o de Colombia, sino de toda América Latina, por ser además una figura emblemática de la cultura, tanto por las ediciones que hace con el sello de su librería como por su asombrosa generosidad, al haber regalado a la Biblioteca Nacional (es decir a todos los colombianos) su valiosa primera edición de Cien años de soledad, dedicada a él por García Márquez.

También en Bogotá están las librerías de la zona de la Carrera 8ª, sobre todo las dos más grandes y mágicas: Merlín, un lugar realmente prodigioso y a la medida de su propietario y fundador, Célico Gómez (nombre sin tocayos), en cuyas salas, además de ojear libros, puede uno sentirse en otro tiempo, pues cada uno de los cuartos de la vieja casona que alberga la librería tiene piezas de anticuariado y puestas en escena valiosas.

A pocos metros de ahí está también Torre de Babel, tal vez la más grande, con un colosal catálogo de 250.000 libros. Es difícil imaginar un título o una edición que no pueda conseguirse en estas librerías, que al ser independientes y no contar con grandes capitales de apoyo tienen algo de quijotesco. Y claro que luchan contra molinos de viento, pero sobreviven porque en su concepción inicial no está en primer lugar el deseo de ganar plata, sino el de poder mantenerse y sin duda crecer; o el sueño de ser un oasis de cultura en medio de la selva urbana, lugares en los que uno puede detenerse un momento, evadirse de la irritación diaria para entrar a un reino de paz, sabiduría y belleza, que es lo que emana de esos viejos volúmenes, ya leídos y vividos, pero que aún están llenos de vida.

Pues bien, la semana pasada, caminando cerca de la biblioteca departamental, acá en Cali, encontré a un Quijote valluno. Un librero de corazón. Apenas comenzó hace tres meses, y por eso hay que apoyarlo. Su librería es aún joven pero muy bien surtida, se llama Libertienda / Café Libro, con una sede sobre la Calle Quinta, frente a las escalinatas de la biblioteca (esta existe hace un par de años), y una segunda, nueva y más grande, con café y salones de tertulia y cine, en la Carrera 24 C # 4 – 48. Un lugar extraordinario.

El dueño se llama Héctor Iván Granada, joven Quijote que estudió filosofía y letras, amante de la lectura y de los libros al que la vida llevó por otro lado durante un par de décadas, en las que trabajó de vigilante en el Hospital Departamental del Valle. Pero el año pasado, por los problemas económicos que conocemos, perdió ese trabajo, situación que aprovechó para desempolvar su viejo sueño.

Y así, convirtió su liquidación en esta bellísima librería café, en la que ya encontré cosas excepcionales: El diario de un genio, de Salvador Dalí, y un libro que buscaba hace años sobre la interpretación de los sueños del psicoanalista alemán Wilhelm Stekel. También una serie de facsímiles de la mítica revista española Litoral, con poemas de Federico García Lorca, Alberti, y toda la Generación del 27. Y de remate, Españoles de tres mundos, de Juan Ramón Jiménez, primera edición en Losada, 1942, y Canción de la vida profunda, de Barba Jacob, edición impresa en Manizales en 1937. ¡Larga vida a Libertienda!

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