Columnista

Política sabrosa

La polarización extrema entre izquierda y derecha impide mejorar el presente de cara a un sabroso futuro inmediato, y la vida misma a más largo plazo...

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Benjamín Barney Caldas.
Benjamín Barney Caldas. | Foto: El País

9 de oct de 2025, 01:50 a. m.

Actualizado el 9 de oct de 2025, 01:50 a. m.

Hasta el Siglo XXI la democracia, íntimamente ligada a las ciudades, ha sido lo mejor, pero para que sea sabrosa es preciso rechazar su polarización, populismo y posverdades (Moisés Náim, La revancha de los poderosos, 2022) y hay que agregar la corrupción, la que es como un fatal revoltijo de las anteriores; y rechazar estas cuatro perversiones a todo nivel. Entender la política como aquella actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión ilustrada, su voto o de cualquier otro modo, no violento y sin caer en esas cuatro perversiones.

La polarización extrema entre izquierda y derecha impide mejorar el presente de cara a un sabroso futuro inmediato, y la vida misma a más largo plazo, conociendo a fondo el pasado, tanto para los pocos de arriba como para los muchos de abajo y por supuesto los de la mayoría del centro. Por eso es que hay que entender el centro, en política, como una posición equidistante de los extremos (a un lado o al otro, arriba o abajo, adelante o atrás) a donde convergen todas las informaciones más veraces que permiten tomar decisiones democráticas; y no en balde así suelen llamarse en las ciudades los lugares en los que se reúne la gente para sus actividades más comunes.

El populismo, que pretende atraer con sabrosos halagos el favor de las clases populares, termina seduciendo a los habitantes más ignorantes de las ciudades, independientemente de su estatus socioeconómico; y los lleva a rechazar ideas acertadas al ser acusadas de populismo con fines políticos. Con esta degeneración de la democracia los políticos ‘de profesión’ procuran conseguir el poder, o mantenerlo, para poder usufructuar mediante la corrupción sus beneficios, económicos o sociales; pero a veces, lo que es peor, se trata es de imponer una ideología, y por supuesto sin dejar de lado otros posibles beneficios cuando estos llegan a sus manos sucias.

Las posverdades, de las que los demagogos son maestros en distorsionar la realidad, impidiendo que esta sea sabrosa, manipulan con mentiras, creencias e ideologías, con el fin de influir en la opinión pública, y por tanto, en la política, constituyendo, con la corrupción y los extremismos, los enemigos de la democracia. El caso es que esta sólo es posible entre ciudadanos igualmente bien informados; que no han caído en la negligencia de no haber inquirido sobre lo que debe saberse, y no tienen motivo para desconfiar; y está la ignorancia supina de muchos de los recientes habitantes de las grandes ciudades con respecto a estas y su vida sabrosa allí.

Finalmente, la corrupción en las organizaciones públicas, consistente en la utilización indebida o ilícita de sus funciones en provecho de sus gestores, está generalizada en todos los niveles, corrompiendo todo, amenazando así la democracia y las ciudades y, lamentablemente, formado parte de la (in) cultura de muchas. Precisamente aquel conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, industrial, en una época o grupo social, cuya generalizada ignorancia no ha permitido a muchos, en países como Colombia, desarrollar un juicio crítico; y de contera no los deja vivir sabroso en sus muy pobladas y caóticas ciudades.

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Ha sido docente en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, y en el Taller Internacional de Cartagena, de los Andes, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998.

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