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De paisas y caleños

El verdadero valor que siempre definió a Cali no fue su famoso ‘calibalismo’, sino su infinita capacidad para reinventarse, para buscarle ‘la comba al palo’.

29 de noviembre de 2018 Por: Ossiel Villada

Si algo ha diferenciado históricamente a los paisas de los vallecaucanos es esa capacidad natural que tienen ellos para ‘cacarear’ cada huevo que ‘ponen’. Allá, cada cierto tiempo, todos se ponen de acuerdo para salir a convencer al mundo de que son ‘lo último en guaracha’. Y el mundo entero les cree.

Acá, mientras tanto, heredamos de nuestros antepasados una terrible tendencia a hablar mal de nuestra tierra, a subvalorar nuestros logros, a gastar más energía en lo que nos separa, que en lo que nos une.

“Caleño come caleño” es un dicho que nos definió durante décadas. Y que, sumado a la tragedia que significó la influencia maldita del narcotráfico sobre casi todas las esferas de nuestra sociedad, terminó por despedazar gran parte de la esencia de lo que realmente es esta bella tierra y su gente noble.

Pensaba en todo eso hace un par de noches, cuando asistí al lanzamiento de la edición 61 de nuestra querida Feria de Cali en el Teatro Municipal. No sé si a otros les pasó lo mismo, pero a mí los ojos se me llenaron de asombro y el alma se me vistió de orgullo cuando se levantó el telón e inició el espectáculo que Corfecali organizó para la ocasión.

Ahí, sobre el escenario del Municipal, apareció en pleno la Orquesta Filarmónica de Cali -gigantesca, luminosa, magnífica como una criatura que emerge cada cierto tiempo de la mar- para ejecutar una bella obra que hermana la denominada música culta con los sonidos populares de la Salsa caleña.

Y de inmediato pensé: ¿Cómo es posible que mientras los paisas nos vendieron la idea de que Maluma es ‘la última Coca Cola del desierto’, aquí no hayamos sido capaces de mostrarle al país y al mundo tantas maravillas musicales que mantenemos guardadas?

¿Cómo es posible que no promovamos a esa poderosa Filarmónica? ¿Cómo es posible que no la tengamos cada semana inundando de música y esperanza a tantos rincones de Cali que lo necesitan?

¿Cómo es posible que tengamos aquí tantas orquestas de Salsa, tantos grupos folclóricos, tantas bandas de rock, tantos colectivos de música urbana, teatro, títeres, danza, artes plásticas, diseño, producción audiovisual, muralismo, tanto talento en rama disponible por todas partes para crear riqueza material y felicidad espiritual, pero le sigamos dando la espalda impúdicamente?

En realidad, el verdadero valor que siempre definió a Cali no fue su famoso ‘calibalismo’, sino su infinita capacidad para reinventarse, para buscarle ‘la comba al palo’.

Cali se escribe con ‘C’, de Creatividad. Y ese sello no está solo en el terreno del arte. En esta ciudad la famosa ‘economía naranja’ de la que tanto se habla por estos días no es teoría. Es realidad pura, cotidiana.

El mismo día en que la Filarmónica nos deleitó, empezó en Cali la versión 2018 de SofTic, la principal feria de tecnología y de software que tiene Colombia. Por primera vez sus organizadores decidieron sacarla de Bogotá. ¿Y saben por qué la trajeron a Cali? Porque aquí estamos creando un pequeño ‘Silicon Valley’ con sabor a mango viche que ha dado vida a más de 60 empresas creadoras de tecnología.

Y ese mismo día también inició la versión 2018 del Festival MEC, donde es posible ir a conocer la amplitud y la profundidad de toda nuestra potencia creativa.

Felizmente, los caleños del Siglo XXI están escribiendo una nueva historia con la pluma de la educación y la cultura. Pero necesitan ayuda. Ya es hora de que la dirigencia política y económica de esta ciudad lo entienda de una vez por todas.

Aquí no tenemos nada que envidiarles a los hermanos paisas. Pero es hora de creernos el cuento y salir a decirle al mundo en clave salsera: “Soy caleño. Y soy sensacional”.

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