Nadaísmo
En Colombia donde hay poetas hasta debajo de las piedras, no ha habido nuevos poetas nadaístas. La lírica sigue siendo el refugio por excelencia de los poetas nacionales, aún de los escritores en general.
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22 de jul de 2022, 11:40 p. m.
Actualizado el 17 de may de 2023, 12:50 p. m.
Hace sesenta años la irrupción del movimiento nadaísta en Colombia fue una bocanada de aire fresco en una sociedad atenazada por las buenas costumbres, que son tan aburridas. Fue una explosión de libertad literaria, sexual y política, protagonizada por un grupo de jóvenes, entre los cuales había poetas, músicos y libertinos, que tuvo un gran éxito publicitario y dejó una estela de poemas y canciones que aún se recuerda. No tuvo seguidores, no formó escuela. Los nadaístas flotaban en una nube de ensoñación producida por la marihuana y el LSD, que fue reemplazada por el efecto acelerador de la cocaína, más adecuada para los yuppies que los reemplazaron generacionalmente, quienes no tenía ningún interés literario.
Lo que propusieron en medio del escándalo de las almas pías, hacía furor en el exterior desde mucho antes. De un lado, el existencialismo ateo francés, cuyo profeta era Jean Paul Sartre, una bofetada en la cara de la Santa Madre Iglesia; del otro la generación Beatnik norteamericana, mezcla de Beat (golpe) y Sputnik, cuyos sacerdotes eran Allen Ginsberg y Frank Kerouac, todos con finales pobres o trágicos entre la drogadicción, el alcohol y el misticismo oriental, acusados de antinorteamericanos y comunistas; a lo cual se añadía la revolución cubana, con su componente antiimperialista y por supuesto, la revolución sexual, que fue un episodio formidable de liberación femenina. Esa mezcla produjo el cóctel nadaísta.
Sesenta años después, Jota Mario Arbeláez, sigue dando lora. La Universidad del Valle acaba de publicar un tomo de 700 páginas con su obra poética, ‘Mi reino por este mundo’, como parte de una tarea de rescate de obras literarias de personajes que han marcado hitos en la construcción de la nacionalidad, un tanto olvidados, como Jorge Isaacs y Manuel Zapata Olivella. Si el uno es el escritor romántico afrancesado que recogió en sus variados y extensos escritos todo el Siglo XIX vallecaucano, el otro es la voz poderosa y dolorida que reivindica desde sus orígenes africanos a las comunidades negras, esclavizadas, humilladas, marginadas, con su cultura escondida detrás de las faldas de la cultura española, pero aún viva.
Jota Mario, es el poeta de las cosas corrientes, de las palabras corrientes, de la vida corriente, del humor, de la rutina provinciana, del sexo sin prejuicios y sin adornos, de la poesía en prosa. Armando Romero, otro nadaísta superviviente, ha escrito un prólogo erudito al libro, donde explica la naturaleza no lírica de la poesía de Jota Mario que él llama la “prosificación” de la poesía. A pesar de ello, hay momentos en que el poeta se olvida de esa liberación de la lírica y la métrica, para crear versos en los cuales la contundencia de las palabras lo lleva a la poesía de siempre.
En Colombia donde hay poetas hasta debajo de las piedras, no ha habido nuevos poetas nadaístas. La lírica sigue siendo el refugio por excelencia de los poetas nacionales, aún de los escritores en general. Es la herencia del culteranismo, del romanticismo, del modernismo, que sacrificaba un mundo para pulir un verso. Jota Mario cambia su reino, que es la poesía, por el mundo, que es la vida. ‘Los poemas de la vida’ es el subtítulo de su obra, para indicar que es la vida con su prosaico y excitante transcurrir, la protagonista. Como Kerouac ya no es ateo sino místico, gracias a San Nicolás de Tolentino, patrono del barrio de su infancia.

Abogado especializado en Ciencias Socioeconómicas. Ha sido embajador de Colombia ante la Asamblea General de la ONU, Cónsul General de Colombia en el Reino Unido, Gerente Regional de la Caja Agraria y Secretario General de Anif y de la Universidad del Valle.
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