Columnistas
Oda a las miradas
La mirada es la primera fase del entendimiento, y revela el grado de intimidad existente entre dos personas, incluso más allá de las diferencias culturales.
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24 de nov de 2025, 12:37 a. m.
Actualizado el 24 de nov de 2025, 12:37 a. m.
Una de las canciones del cancionero vallenato que siempre me ha gustado —y que suelo mencionar cuando me preguntan qué vallenatos prefiero— es la compuesta por Tobías Enrique Pumarejo, El viejo Toba, amigo entrañable y compañero de parrandas inconmensurables de Rafael Escalona:
“Mírame fijamente hasta cegarme,
Mírame con amor o con enojo,
Pero no dejes nunca de mirarme,
Porque quiero morir bajo tus ojos.
Cuando me miras subo a los cielos,
Porque tus ojos son dos estrellas
Que me iluminan cuál dos luceros
El camino de la primavera.”
Jean-Paul Sartre afirmó: “El contacto visual nos hace directa y realmente conscientes de la presencia de otra persona con intenciones propias.”
La mirada es la primera fase del entendimiento, y revela el grado de intimidad existente entre dos personas, incluso más allá de las diferencias culturales.
Hay múltiples canciones y textos literarios que exaltan la mirada. El uruguayo Eduardo Galeano, en una de sus crónicas, narra cómo “los primeros humanos, aunque tenían ojos, no sabían mirar hasta que los dioses se lo enseñaron. Este aprendizaje les permitió reconocerse mutuamente, comprender las emociones y, lo más importante, mirar hacia adentro y comprender el futuro.”
Mirar hacia otros permite reconocer a los demás, comprender sus sentimientos y evitar colisiones. Las miradas, a mí, me transmiten emociones y estados de ánimo sin necesidad de palabras. Su lenguaje es universal, trasciende las barreras culturales y del idioma, y está profundamente relacionado con nuestro estado emocional.
Los ojos, como parte del lenguaje facial, expresan lo que muchas veces callamos. Una mirada puede representar interés, desinterés, desconfianza, inseguridad, seducción e incluso intimidación. Cuando miramos a alguien que nos llama la atención —frecuentemente, a una mujer—, esa insistencia puede revelar atracción. Si la mirada es intensa y repetida, despierta el interés romántico y pasional.
Hay un dicho muy popular: ‘El amor entra por los ojos’.
La atracción nace, muchas veces, de esa primera chispa visual. Los ojos, espejo del alma, definen nuestro estado de ánimo, y una mirada tierna seduce y conecta sentimentalmente. A veces, una mirada coqueta, de reojo, acompañada de una sonrisa tímida, dice más que mil palabras: “me gustas, me interesas.”
La mirada de un hombre enamorado es inconfundible: no es fugaz ni superficial, sino genuina, luminosa, transparente. Cuanto más te mira, más evidente es su interés. Cuando las miradas son fijas, puede surgir una conexión emocional profunda; en ese instante se liberan las llamadas ‘hormonas del amor’, como la oxitocina y la feniletilamina, que fortalecen la atracción y los vínculos sentimentales.
Hoy se ha perdido la costumbre de ‘picar el ojo’, ese gesto travieso que anunciaba interés o deseo. Existen estudios que demuestran que, cuando miramos a alguien que nos atrae, la pupila se dilata: una señal inequívoca de fascinación.
Las miradas son, en definitiva, una herramienta crucial en las relaciones humanas. Incrementan las emociones, revelan intenciones y establecen conexiones profundas entre dos personas.
“Tu mirada es semejante al sol:
Cuando tus ojos brillan al alba
Es similar al amor y hace sentir.
Cuando me abrazas, tu mirada
Es como el universo que me ilumina
En las noches calladas.”
— Pablo Neruda
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