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División y protesta

Mientras tanto, la pobreza aumenta, la corrupción se convierte en la nueva pandemia, la violencia crece, cada vez más sofisticada.

13 de enero de 2023 Por: Vicky Perea García

La democracia en América Latina empezó mal el año. Las protestas del ocho de enero en Brasilia, comparadas-con algo de razón- a la insurrección de los trumpistas en la misma época del 2021, son la última muestra del pésimo estado de salud de la política regional. Aunque parece poco probable que los disturbios se conviertan en un golpe de Estado, Brasil aún está en riesgo de ataques terroristas, caos y daños a la infraestructura.

Aparte de los estragos creados por los disturbios, quedan obstáculos a la gobernabilidad de Lula en sus primeras semanas, y dudas sobre las intenciones de las fuerzas militares y la policía. Bolsonaro, agitando a la oposición desde una cama de hospital en Orlando, anima a los que no reconocen el triunfo del nuevo Presidente. El resultado es una mayor fractura de la sociedad brasileña, justo cuando el país tiene urgencia de resolver sus retos económicos y sociales.

Los peruanos también están en la calle después de la destitución de Pedro Castillo. Su sucesora, Dina Boluarte empezó sin mandato y no ha logrado gobernar. Las protestas y llamadas a elecciones, concentradas en las zonas rurales del sur del país, seguidas de violencia y represión, están llegando a las ciudades. Las instituciones débiles y la falta de políticos con credibilidad parecen un espejo del estado del país de los años 90. Solo queda el Banco Central, independiente, que tiene a la economía en piloto automático.

Perú es un fusible que en cualquier momento y ante el más mínimo episodio, puede caer aún más hondo en el caos. La democracia del país vecino está en vilo, y las soluciones no serán fáciles. Seis presidentes en cinco años han fallado en construir un gobierno que responda a las necesidades de los votantes.

Chile, por años el ejemplo del continente, eligió a Gabriel Boric como agente de cambio, pero el joven mandatario rápidamente falló en su principal bandera de campaña: reemplazar la constitución de la era de Pinochet por un documento que más parecía una colcha de retazos. El 62% de los votantes rechazaron el primer intento, y el gobierno regresó al tablero.

Aunque Chile tiene un horizonte más claro que sus vecinos, la división entre el empresariado y el gobierno, las preocupaciones de las minorías y la sombra de las protestas del fin de año pasado permanecen vivas.
Bolivia también estrenó el año con protestas ante el arresto por parte del gobierno de Luis Arce el jefe de la oposición, una medida insospechada y poco democrática. Las tensiones entre el gobierno en La Paz y los empresarios de Santa Cruz, así como los bloqueos de carreteras han interrumpido la actividad económica, y aumentado las tensiones políticas. Hay quienes aseguran que el país va por el camino de Nicaragua.

Venezuela, Cuba, Nicaragua, ya destruyeron sus democracias y sus economías. En un continente volátil, no parece haber curva de aprendizaje. Colombia coquetea con la izquierda impune, El Salvador se acerca cada vez más al autoritarismo, y la región está dividida en sus alianzas.

Mientras tanto, la pobreza aumenta, la corrupción se convierte en la nueva pandemia, la violencia crece, cada vez más sofisticada. La economía, tan golpeada por el covid, no logra despegar. No hay solución única en una región tan diversa. Lo que es cierto es que el más efectivo motor de sensatez y progreso es el sector privado. Ante la falta de autoridad y legitimidad de las demás instituciones, y la vista gorda de Estados Unidos, la comunidad empresarial, que ha sido cómplice y también víctima de la inestabilidad política, no tiene remedio sino ponerse la camiseta de la equidad social, la productividad y el progreso.


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