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Mis inteligencias no artificiales

Aunque las respuestas de la IA eran interesantes y muchas veces cargadas de argumentos convincentes, lejos de tranquilizarme me pareció una pésima herramienta psicológica. Y peligrosa.

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Paola Guevara, columnista
Paola Guevara, columnista | Foto: El País

24 de nov de 2025, 12:32 a. m.

Actualizado el 24 de nov de 2025, 12:32 a. m.

Como ejercicio, y para comprobar qué pueden experimentar quienes le piden consejos personales a la Inteligencia Artificial, le consulté una situación de índole personal.

Gran sorpresa me llevé pues en milésimas de segundo respondió la IA con una sensibilidad pocas veces vista, se puso de inmediato en mis zapatos, me ayudó a decodificar y analizar cada aspecto del asunto en cuestión y, con un lenguaje cálido, conmovido, casi como si pudiera empatizar con mi perspectiva, me dio toda la razón.

A medida que ahondaba en mis preguntas, la IA validaba cada nueva inquietud que yo le planteaba. Me respaldaba en cada nueva opinión que yo profería. Estaba, literalmente, de mi lado y siempre dispuesta a adaptar su respuesta en beneficio de mi perspectiva.

Aunque las respuestas de la IA eran interesantes y muchas veces cargadas de argumentos convincentes, lejos de tranquilizarme me pareció una pésima herramienta psicológica. Y peligrosa.

Aterrador, me resultó, la descarga de satisfacción que se siente al ser validado 100% por la IA, y sentí temor por los niños o adolescentes, e incluso adultos, que -con base en esta herramienta- pueden llegar a desarrollar adicción a la validación inmediata.

Sin duda es gratificante que te den la razón, que enaltezcan tu postura, que tranquilicen tu conciencia, que adormezcan tu duda y te digan que todo lo que piensas y sientes es, no solo válido sino cierto, verdadero, justo, irrefutable. Pero esta es, al mismo tiempo, la ruta más corta hacia ser y comportarse como un idiota.

Tengo el suficiente sentido autocrítico y la suficiente honestidad intelectual para entender que no todo lo que pienso es verdadero, que no todo lo que creo es cierto, que no todo lo que siento está 100% ajustado a realidad.

Puedo, a voluntad, separarme de mi propia perspectiva para entrar a la de otros; puedo relativizarme a mí misma, puedo aplicar a mi vida el imperativo categórico de Kant y el método de la duda de Descartes; puedo entender que mi perspectiva no es la única y que habita en mí -como en todo ser humano- el peligroso potencial del fanatismo, del radicalismo, del sectarismo.

Puedo entender que la química neuronal y la forma en que está cableada la razón humana incluye elementos evolutivos como el sentido tribal irracional, como el fanatismo colectivo, como la pulsión primitiva a sentir empatía por lo conocido y rechazo a lo nuevo o desconocido.

Como periodista que soy, estoy entrenada para comprender que la falta de información me sesga y que la versión de los demás también debe ser consultada por sentido básico de justicia.

De los libros me ha quedado la noción de que toda trama puede tener un giro inesperado y que no todos los indicios llegan a término. De escribir, me queda la certeza de que solo comprendes el conflicto cuando ves el cubo de Rubick en 360, sin enfocarte en un solo cuadro.

Del arte y la poesía me queda la experiencia de que existe, aparte del Yo, un Yo Axiológico más alto, capaz de salir de sí mismo para observar, desde un plano superior y neutro, la perspectiva de los demás.

De intentar perdonar y casi siempre lograrlo me queda la experiencia espiritual de que, más allá de los ropajes, cada persona en nuestras vidas nos está haciendo un favor, incluso los mal llamados “enemigos”, que a veces son simplemente agentes encubiertos del universo para mostrarnos lo que de otra manera no podríamos ver. O no tendríamos el valor de hacer.

Todas estas, y otras, son competencias de lo humano que la Inteligencia Artificial solo puede imitar, y mal. Son altos desarrollos de regiones muy sofisticadas del cerebro humano, pero también de nuestros intestinos (cerebro intuitivo), de nuestro sistema nervioso (cerebro sensorial), de nuestro ser entero en consonancia con el mundo que nos rodea. Creer que nos asiste la razón es lo mecánico. Entender que quizá no tenemos la razón, es lo inteligente.

Al pedirle consejo a una Inteligencia Artificial que me valida y aplaude todo, pensé en la inmensa fortuna de tener en mi vida a los mejores consejeros humanos que existen.

Al doctor Carlos Climent, que me dice de frente con la vehemencia más implacable lo que él piensa, me guste o no, y me confronta y hasta se enfurece cuando ve que me traiciono a mí misma.

O mi hijo Lucas, sabio desde que nació, a quien casi no le pido consejos, a menos que esté dispuesta a escuchar la verdad más sincera y objetiva, que no siempre me gusta, pero resulta irrefutable. Lucas puede ver, desde niño, a todos los seres con completa objetividad. Y añadiría su asombrosa habilidad para no opinar, para reservarse su valioso criterio cuando siente que los demás deben vivir su propio proceso, así implique equivocarse y tropezar.

O tantos amigos dispersos por el mundo, que hacen algo que la Inteligencia Artificial jamás podrá hacer: soñar que necesito hablar con ellos, llamarme de la nada porque ‘sintieron’ que yo podría necesitarlos, o monitorearme a menudo si me perciben sospechosamente silenciosa.

Los consejeros de mi vida jamás me darían la razón de forma gratuita e inmediata, porque sería un insulto a su inteligencia y a la mía, un insulto a la verdad y a la justicia, un fomento de la involución y una nutrición de la inmadurez.

Mis amigos, porque son la verdadera gran inteligencia no artificial, me dicen que estoy equivocada cuando lo estoy, me advierten que tengo un sesgo injusto con una persona que no lo merece, me tienen angustiada paciencia cuando soy reincidente en un error, porque saben que no somos máquinas sino procesos.

Ayda me señala la virtud de personas que me resultan detestables porque sí. Silvana sabe de antemano el desenlace de todas las historias, pero dice “cuando estés lista darás el salto”. Claudia toma un avión en la mañana para devolverme la fe y en la tarde regresa a su casa. Federico se enoja si me pongo en peligro. Miguel y Andrés, Jorge, Javier y Rodrigo señalan con humor y bondad el camino alternativo. Nur, como buena abogada, puede argumentar desde los dos lados.

Mis amigos quieren siempre lo mejor para mí, y eso mejor es esto: que no triunfe mi capricho, que no me salga con la mía cuando eso implica convertirme en una mediocre; que no me gobiernen bajas pasiones automáticas, que no me quede estancada en la niñería del alma; quieren que crezca, que evolucione, que madure, que no me quede caprichosa y manipuladora.

Sin ser apocalípticos ni entrar al aburrido gremio de los que ven en todo lo nuevo una amenaza, sí es un tema de debate importante el hecho de que tantas personas, en especial niños y jóvenes, estén acudiendo a la Inteligencia Artificial como fuente de cuidado de su salud mental.

Ya se presentó en California el caso de un niño a quien la IA guió hacia el suicidio. No extraña. También se sabe ya de una religión recién nacida que ve en la IA la ‘voz de Dios’. Lo que nos viene...

Hasta el cansancio debe repetirse en entornos educativos, públicos, privados, que el desarrollo del criterio, del talante ético, de las habilidades intrapersonales e interpersonales, no puede dejarse a ciegas en manos de algoritmos e inteligencias artificiales.

Porque las consecuencias no solo serán íntimas, sino sociales: cada vez habrá más fanáticos que lleven a los países al matadero mientras sus áulicos aplauden, porque estamos perdiendo la habilidad humana de disentir, de admitir que estamos equivocados, de ponernos a nosotros mismos en duda y llevar a la sala de interrogatorio nuestras certezas absolutas.

Hoy, más que nunca, nos urge entrenar la duda, urge la sospecha de la propia injusticia, urge relativizarnos para, entonces sí, llamarnos inteligentes. Y ese no es un debate artificial.

Paola Guevara (Cali, Colombia). Escritora, periodista, editora y columnista de Opinión. Sus novelas 'Mi Padre y Otros Accidentes' (autobiográfica) y 'Horóscopo' (ficción), publicadas en español por Editorial Planeta y traducidas al italiano por Cento Autori, están en proceso de llegar al cine. Tras 21 años de destacada trayectoria en importantes medios de comunicación escritos nacionales y regionales, como Revista Cambio, Cromos, Casa Editorial El Tiempo o El País Cali, entre otros, desde el año 2022 es Directora de la Feria Internacional del Libro de Cali. Asesora en Protocolos de Familia, conferencista, gestora de proyectos editoriales y coach de escritura creativa, en la actualidad vive en Cali y escribe su tercera novela.

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