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Yerbero posmoderno

Conocí también que la esencia de nuez moscada es soporífera, como el néctar de la flor de naranja.

11 de agosto de 2021 Por: Medardo Arias Satizábal

Con el regreso de las afecciones de siglos pasados, pandemias, pestes, mortalidad causada por motivos no registrados por la ciencia médica, regresan con fuerza las hierbas del monte para curar a la especie humana.

Ya el Inca Garcilaso publicó con éxito en España su sapientísimo texto acerca de la botánica americana, de la flora medicinal, como un legado que hoy tiende a desaparecer, pues muchas de las especies nativas citadas han desaparecido. Solo hasta 1560, así lo acepta en sus Comentarios Reales, “salió del Cozco”. A comienzos del Siglo XVIII en 1722, se editaron por primera vez sus impresiones del antiguo ‘nuevo mundo’, en la Oficina Real de Madrid bajo la responsabilidad de Nicolás Rodríguez Franco, “impresor de libros y repartidor de fe…”.

La investigadora cubana Lydia Cabrera, publicó en el siglo pasado su libro El Monte -a propósito, fue hurtado de mi biblioteca y era un regalo de José Pardo Llada; RQ son las iniciales del ladrón- volumen en el que destaca el papel del Osaín, del yerbero cubano que va al monte para cortar las plantas medicinales en la luna indicada.

En el reordenamiento reciente de mi biblioteca, encontré un vademécum escrito a mano por Patricia Tascón, en el que indica usos de múltiples plantas y compuestos. Por este tratado, supe que la raíz de regaliz es cincuenta veces más dulce que el azúcar de caña, y al ser usada en farmacia, enmascara el sabor de sustancias amargas como la quinina.
Conocí también que la esencia de nuez moscada es soporífera, como el néctar de la flor de naranja. La hierbabuena puntiaguda puede servir para la salsa o el julepe de menta y el Bálsamo de Tolú es expectorante y sirve también como componente de la tintura de benjuí.

Que la vida es sueño decía don Pedro Calderón de la Barca, y por estos días a veces solo queremos soñar, evadirnos. Si queremos dormir plácidamente para imaginar otros mundos, distintos a este, tenemos a mano toda una serie de recursos naturales, todos soporíferos: el anís, la Canela de Ceilán, el clavo, el coriandro, el eucalipto, el hinojo, el jengibre, la esencia de laurel, el Lirio de Florencia, la esencia de romero.

Importante saber también que el té de sasafrás tiene usos curativos en el sur de los Estados Unidos; su aceite volátil, destilado al vapor, se emplea también en repostería, particularmente en caramelos duros, es antiséptico, propio para remediar enfermedades de nariz o garganta.

La corteza del cerezo negro silvestre, cura la tos recurrente, como el jarabe de acacia. Con aceite de maní es preciso hacer emplastos, ungüentos y jabones, pues es sustituto noble del aceite de oliva.

Pero como el tiempo no está solo para soñar sino también para pensar, se recomienda la esperma de ballena, la cual permite, con absoluta licencia, saltos conceptuales sin complejos de culpa. Propio para políticos en tiempo preelectoral. Cambios abruptos, migraciones de un partido a otro, suelen ser aceitados por esta sustancia, que solo tiene un problema: se obtiene directamente de la cabeza del cachalote. La pesca de ballenas está prohibida.

La manteca de cacao es emoliente y el bálsamo de estoraque no solo es expectorante sino que combate las grasas tóxicas. O sea, después de una generosa porción de chicharrón, estoraque.

El Azul de Metileno, quien lo creyera, es agente antibacteriano urinario. Analgésico, antipirético y colorante al tiempo. La Violeta Genciana, por su parte, es propia para las anginas, la cistitis, la uretritis, la dermatitis y las quemaduras.

El árnica, para curar golpes o raspones caseros, el ruibarbo alivia trastornos estomacales y el boldo va directo al hígado. Para curarlo.
La Creosota de La Haya, expectorante, como el guayacol. La goma de opio sirve casi para todo; en el Siglo XV, Paracelso la llamó “piedra de la inmortalidad”.
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