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Virgen de medianoche

Daniel Doroteo venía de Santurce, del barrio de Tras Talleres, donde la gente nacía cantando en medio de talleres de carpintería, cerrajería, mecánica

28 de julio de 2021 Por: Vicky Perea García

En 1941 cuando Estados Unidos llamó a filas a miles de jóvenes que participarían en la Segunda Guerra Mundial, en un contingente de boricuas estaba Daniel Doroteo Santos Betancur, con una voz perfecta para cantar boleros y un inglés repleto del ‘slang’ callejero de Brooklyn, el condado de Nueva York donde llegó a vivir muy niño.

Al tiempo, en Buenaventura, un grupo de amigos entre los que se encontraba mi padre, despedía a Emiliano Murillo, El Príncipe de la Raza, quien al día siguiente debía unirse al ejército. No valieron las lágrimas de su madre; Emiliano se enlistaba sí o sí, y la última parranda para decirle adiós fue con ‘Despedida’ en la voz de Daniel Santos: “Solo me parte el alma y me condena/ que dejo tan solita mi mamá/ mi pobre madrecita que está vieja/ quién en mi ausencia la consolará…”.

Mi padre nunca olvidó aquel suceso; ya enfermo, con dificultades cardíacas, vio pasar desde un balcón de la clínica del ISS de Cali al Inquieto Anacobero. Lo llevaban en una máquina de bomberos, como una reina. Mi padre agitó una sábana para saludarlo y aquello fue como una despedida. Días antes de su deceso, me hizo contar cómo había sido el concierto de Daniel en el Evangelista Mora. Lo había visto por televisión, y le narré cómo El Jefe había caído de rodillas al cantar ‘Virgen de Medianoche’, mientras manaba un llanto que parecía real, con unas lágrimas gordas. Mi padre tenía los ojos encharcados y me recordó cómo, hacía muchos años, Daniel se había presentado con el cantante tumaqueño Tito Cortés en el Teatro Buenaventura, situado en una colinita del barrio Obrero. Tito, al parecer, le había mostrado un pedacito de paño verde, arrancado quizá a la mesa de algún billar, y habían bromeado un instante con la maracachafa. Daniel era así, picante, ocurrente, lleno de humor, por lo que en Cuba lo bautizaron ‘anacobero’, lo que en jerga ñáñiga traduce ‘diablillo’.

Inició su vida artística a los 14 años con el Trío Lírico. Sus primeros años en Nueva York transcurrieron como lustrabotas. Mientras embolaba, cantaba y golpeaba la caja con el cepillo. Su día de suerte llegó en 1938 cuando en un club de Manhattan cantó ‘Amor perdido’, sin saber que el autor de esta melodía, don Pedro Flores, se encontraba ahí. Lo contrató para su famoso cuarteto. Nadie tenía tanta fuerza en la entonación y esas erres motorizadas que ponían a soñar a las damas solas. Aunque, cada uno en su estilo, se dice que Charlie Figueroa, Tito Cortés y Tony del Mar (‘Sed de oro’), son hijos de esta manera de cantar lírica, descarnada y profundamente popular.

Pero es que Daniel Doroteo venía de Santurce, del barrio de Tras Talleres, donde la gente nacía cantando en medio de talleres de carpintería, cerrajería, mecánica. Santurce fue además, en los 20 y 30, un distrito de San Juan con mucho glamour artístico, con teatros, cabarets y una novena de grandes peloteros, llamados así mismos, ‘Los cangrejeros’; un poco a la manera de La Habana que conoció Cabrera Infante en su infancia. Lugar de grandes neones, de gentes desesperadas por vivir de barra en barra, de trago en trago.

Hay una canción de Daniel, ‘Ocaso’, que parece escrita por un poeta maldito: “Déjame seguir por el camino/ solo/ como el viajero que va rumbo al Polo/ a perderse en la noche de la eternidad…”. De él dijo Víctor Hurtado Oviedo en la revista ‘El bar de las virtudes’: “Fue un hombre de cantar desobediente e intensa patria; llevó el escándalo en el cuerpo como las panteras llevan la noche en la piel”.

Estuvo preso en Ecuador, en República Dominicana, en Cuba, por posesión del Cáñamo de la India. De esta vida parrandera, diría: “Yo no creía ni en la luz eléctrica. Lo mismo que le decía al policía, le decía al presidente. Cosas de juventud. Caí en la cárcel más de cien veces; tuve infinidad de mujeres, estuve en el pleito de los cubanos del lado de Fidel y también en el pleito de los dominicanos contra Trujillo. He tomado mucho licor, he inhalado cocaína, me he casado doce o trece veces, ya no me acuerdo…”.

Sigue en Twitter @cabomarzo

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