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Milanés, el disidente

Toda la vida esperó que los Castro le enviaran una carta de perdón por haberlo confinado injustamente, pero solo recibió silencio a cambio.

23 de noviembre de 2022 Por: Medardo Arias Satizábal

“Es irresponsable y absurdo culpar y reprimir a un pueblo que se ha sacrificado y lo ha dado todo durante décadas para sostener un régimen que al final lo que hace es encarcelarlo. En el año 1992 tuve la convicción de que definitivamente el sistema cubano había fracasado y lo denuncié”. Así se expresó el pasado 11 de julio de 2021 quien fuera otro día portaestandarte de la revolución cubana, el cantautor Pablo Milanés Arias, ante la salvaje represión al pueblo cubano que protestaba en las calles.

Unas palabras como éstas parecían increíbles en boca de quien fue identificado a fines de los 60 y a través de las dos décadas siguientes como uno de los símbolos artísticos de la revolución, junto a Silvio Rodríguez y Noel Nicola, entre otros, fundadores de lo que se conoció universalmente como la Nueva Trova cubana.

Con su guitarra y unos versos, inicialmente de Martí y del Poeta Nacional de Cuba, el camagüeyano Nicolás Guillén, Milanés y otros cantores poetas hicieron la banda sonora de una revolución que resonó en los campus universitarios, afectó los noviazgos juveniles y permitió pensar en una utopía socialista que todavía persiguen algunos mandatarios en el sur de América.

De aquel sueño quedan precisamente estas canciones; no pudieron celebrar finalmente la primavera socialista amerindia, pero sobreviven en la melancolía popular como testimonios de un tiempo que fue hermoso y hoy parece lejano.

Milanés y sus compañeros de viaje en la trova, demostraron una vez más, como los griegos, que es la palabra, el verso, el poema, y no los hechos, los que fundan una hipotética realidad. Si la Nueva Trova sobrevive, no obstante ser el sustrato teórico-artístico de un sueño no realizado, de un mundo que no fue posible, es justamente por haber tocado el corazón de millones con la poesía, ese género tan selecto y tan esquivo, de la elaboración literaria.

La mayoría de los más notables músicos y artistas cubanos optaron por la disidencia. Milanés, quien vivía en España desde hace varios años, permanecía ayer en cámara ardiente en un salón de Madrid, y es poco probable que sus restos sean repatriados a su natal Bayamo; Omara Portuondo, la excepcional bolerista que hiciera parte del Buenavista Social Club, vive también en España con parte de su familia. Bebo Valdés falleció en Suecia y el novelista más destacado de la isla, Guillermo Cabrera Infante, murió solo y olvidado en Londres.

Mientras el mundo siente pena y dolor por la muerte de Pablito Milanés, Díaz-Canel estrena abrigo de invierno en Moscú para inaugurar, junto al invasor Putin, una estatua de Fidel Castro en traje de fatiga. Cada bota del extinto dictador, en bronce, pesa 180 kilogramos.

Aunque Milanés Arias remó hasta donde pudo en el bote revolucionario, siempre fue crítico del régimen. Después de hacer parte del grupo juvenil Los Bucaneros en 1964, fue enviado al año siguiente a un campo de trabajo forzado en Camagüey, en mitad de la isla, por la temida Umap, la Unidad Militar de Apoyo Popular. Después de esa amarga experiencia, Pablo dijo que había sido confinado en “un campo de concentración stalinista”, una especie de Gulag cubano, postura crítica que lo envió posteriormente a la cárcel de La Cabaña. Toda la vida esperó que los Castro le enviaran una carta de perdón por haberlo confinado injustamente en esa etapa de su vida, pero solo recibió silencio a cambio.

Su actitud pionera en la música cubana la selló en 1968 en el gran concierto que dio junto a Silvio Rodríguez en la Casa de las Américas, el cual es tomado como inicio de la Nueva Trova, movimiento hijo del “feeling”.

Palabra inglesa que traduce “sentimiento”, el “feeling” campea en Cuba desde la década de los 40. Apunta a ponderar el sentimiento del cantor, por encima de su voz. Un ejemplo de ello es la cantante Olga Guillot, quien triunfó en Estados Unidos con un estilo sincero, a veces desgarrado, para cantar boleros, algo que emuló y mejoró superlativamente la cantante santiaguera Lupe Victoria Yoli Raymond, La Lupe. Quizá el mayor ejemplo del “feeling” en La Habana fue José Antonio Méndez, y en Cartagena, Sofronín Martínez. A “Sofro” lo conocí en Cali por invitación de Amparo Sinisterra de Carvajal, quien lo trajo a la ciudad en tiempos del Festival de Arte.

Y sí, Pablito, como lo llamaban cariñosamente, era puro sentimiento y poesía en escena. Su amor a Cuba, “Amo a esta isla”, siempre estuvo por encima de la cartilla comunista.

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