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La piedra del destino

La piedra donde el profeta tuvo este sueño y puso en las escrituras la denominada Escalera de Jacob, es la misma donde, durante siglos, fueron coronados los reyes escoceses.

21 de septiembre de 2022 Por: Medardo Arias Satizábal

En el Génesis (28-11-19), Jacob, con su cabeza apoyada en una piedra, sueña con una escalera que va de la tierra al cielo, por la cual suben y bajan los ángeles a placer, mientras en la cima, en la parte más alta, se escucha la voz de Dios, el padre de Abraham y de Isaac.

La piedra donde el profeta tuvo este sueño y puso en las escrituras la denominada Escalera de Jacob, es la misma donde, durante siglos, fueron coronados los reyes escoceses. Ahí se le llama Piedra de Scone o Piedra del Destino y los monarcas de las Hightlands le confieren un poder divino y mágico. El Rey Eduardo I de Inglaterra tomó la piedra como botín de guerra en el Siglo XIII y trajo esta joya histórica hasta la Abadía de Westminster.

A inicios de 1950, unos estudiantes escoceses sustrajeron la piedra de Westminster y viajaron con ella en el baúl de un coche hasta las tierras altas. El suceso comprometió una de las mayores búsquedas del Scotland Yard, pues se avecinaba la coronación de Isabel II el 2 de junio de 1953. La piedra debía estar justo debajo de su trono para augurar así la bondad del destino.

Los estudiantes la abandonaron en un recodo; en el ajetreo, la piedra recibió varias fracturas, las cuales fueron curadas por un experto cantero.

En 1996 y por decisión del gobierno conservador de John Major, la Piedra de Scone o de Jacob, regresó a Escocia, con el acápite de ser “prestada en sucesivas coronaciones”. Un fragmento de ella fue regalado por Roberto I de Escocia a los irlandeses, por su apoyo en la batalla de Bannockbum. Alguna leyenda afirma que los escoceses nunca han prescindido de ella, y la que fue llevada por Eduardo I a Inglaterra era solo una réplica, pues la original ha sido celosamente guardada por sacerdotes en una abadía.

He aquí el origen bíblico de esta leyenda:
“Llegando a cierto lugar, se dispuso a hacer noche allí, porque ya se había puesto el sol. Tomó una de las piedras del lugar, se la puso por cabezal, y acostóse en aquel lugar. Y tuvo un sueño; soñó con una escalera apoyada en tierra, y cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella. Y vio que Yahveh estaba sobre ella, y que le dijo: «Yo soy Yahveh, el Dios de tu padre Abraham y el Dios de Isaac. La tierra en que estás acostado te la doy para ti y tu descendencia. Tu descendencia será como el polvo de la tierra y te extenderás al poniente y al oriente, al norte y al mediodía; y por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra; y por tu descendencia. Mira que yo estoy contigo; te guardaré por donde quiera que vayas y te devolveré a este solar. No, no te abandonaré hasta haber cumplido lo que te he dicho. Despertó Jacob de su sueño y dijo: «¡Así pues, está Yahveh en este lugar y yo no lo sabía!» Y asustado dijo: «¡Qué temible es este lugar! ¡Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo!» Levantóse Jacob de madrugada, y tomando la piedra que se había puesto por cabezal, la erigió como estela y derramó aceite sobre ella. Y llamó a aquel lugar Betel, aunque el nombre primitivo de la ciudad era Luz”.

La imaginación de la autora británica J.K. Rowling, creadora de Harry Potter, se queda corta delante de las hagiografías y las pompas ‘mágicas’ que rodean la coronación de un rey en Inglaterra, dado el carácter secular de estas ceremonias.

Debo decir que acabo de asistir, como millones de pobladores del mundo, a un acontecimiento que quizá no se repetirá en mucho tiempo. Todos los fastos, privilegio de la estética, el orden, la disciplina, el equilibrio, la mesura en los colores, las insignias, los símbolos, las misas, las catedrales, la elación magnífica de los coros, se quedaron para siempre en la retina, en la memoria de un mundo que a veces parece naufragar en un mar de monstruos marinos.

Anacrónica o no, la monarquía acaba de exhibir en vivo y en directo el tañer de unas campanas que conocieron la Edad Media, la elación de unas trompetas que se asomaron a la partitura del Renacimiento.

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