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Curuvica o chininín

A propósito del VI Congreso Internacional de la Lengua Española en Panamá,...

24 de octubre de 2013 Por: Medardo Arias Satizábal

A propósito del VI Congreso Internacional de la Lengua Española en Panamá, se realiza un sondeo para conocer cuáles son las palabras de cada país que mejor representan esas culturas.El escritor Ivan Thays votó en Perú por ‘huachafo’, la misma que significa cursi. Dice: “Su significado es más amplio y va de lo gramatical a lo sociológico. La huachafería es imitar o pretender ser lo que no es. Además, está relacionado a lo ostentoso, falta imperdonable en un país donde se sobrestima el perfil bajo”.Para José Pérez Reyes, la palabra ‘curuvica’ se lleva el palmarés en Paraguay. Se trata del pedazo ínfimo de algo. Anota Pérez: “De origen guaraní con sufijo español, se trata del pequeñísimo fragmento resultante de la trituración de algún material sólido. Como un párrafo desprendido de una obra. Viene al caso porque los escritores por ejemplo, juntamos palabras como curuvicas y de esa suma de restos sale un texto…”. Esta curuvica en el Pacífico colombiano sería un ‘chininín’, y en Antioquia, un ‘pite’.Lo claro es que el diccionario de americanismos tiene hoy como dos siglos de atraso, y sería pertinente actualizarlo en Panamá porque, en el caso nuestro, sólo una región puede aportar decenas de nuevos vocablos. En esta parte de Colombia, Baudilio Revelo Hurtado se dedica con ahínco a recoger el habla particular del litoral del Pacífico, donde quedan no pocos arcaísmos y rasgos del ladino.En el colegio, en Buenaventura, algunos condiscípulos se burlaban de los chicos que venían de monte adentro, de los ríos, por su forma de hablar, sin saber que aquellos se expresaban desde la más pura herencia castellana. Algunos se permitían giros que están en El Quijote, La Celestina y el Lazarillo de Tormes. “¿Quién te trujo?”, decían, para preguntar de dónde venía el interrogado, y “¿cuyo hijo es?”, para inquirir acerca del origen familiar de alguien.Los campesinos del Pacífico, llamados despectivamente ‘chimpas’ traían en su hatillo no sólo limones y caimitos, sino bellísimas palabras. Todavía recuerdo a Sixta Tulia, una muchacha del servicio que iba los domingos hasta el muelle de veleros del canal de Pueblo Nuevo, a “coger gaceta”, decía, es decir, a tener noticia de lo que pasaba en su tierra, Timbiquí. Al volver, sabía cuántas personas habían fallecido, si habían cambiado al cura, si el ‘Sacaclavo’, un barco de cabotaje que traía plátanos y naranjas, había tenido un nuevo naufragio. Ese viaje hasta el muelle era su Internet y su celular.Mi abuela llamaba ‘badanas’ a las correas y ‘mamporas’ a los bananos; el fruto del árbol del pan, para ella era ‘pan del norte’, y los bananos pequeños, ‘chifiríes’. El rizo que se dejaba sobre la frente, para ella era el ‘mariestuar’, una herencia francesa en el Pacífico, que aludía al morro elegante que dibujaba en su cabeza María Estuardo, reina de Escocia (Marie Stuart).Del huachafo peruano, se conoce en Colombia ‘chafado’ que alude, por ejemplo, a una caprichosa combinación de colores en la vestimenta. Muchos quechuísmos se emplean diariamente en el sur, en Pasto, para expresarle a un niño que no toque algo que parece poco higiénico: ‘Tatay’ o ‘chachay’.Alguna vez el escritor chileno José Donoso, jurado en Cali de un premio de novela, me expresó cuánto le cautivaba la jerga de los marihuanos, su precisión y utilidad dialectal a la hora de expresarse, a propósito de la novela ‘Acelere’ del escritor caleño Alberto Esquivel, quien tuvo reconocimiento en ese certamen.La jerga de la calle aporta palabras muy bellas, gráficas y musicales. Si me fuera dado aceptar una nueva en el diccionario, propondría ‘boronda’; nada más acertado para definir una vuelta a la manzana, un giro breve en torno a una calle.

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