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Me acuerdo

“... deténgase uno o dos instantes, dele una oportunidad a su mente para que se abra… y recordará con una claridad, que no dejará de sorprenderlo…

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Aura Lucía Mera
Aura Lucía Mera | Foto: El País.

9 de dic de 2025, 12:53 a. m.

Actualizado el 9 de dic de 2025, 12:53 a. m.

Me encanto el artículo en El Espectador, de Zorayda Peguero, el domingo pasado acerca de la importancia del libro sobre la máquina del recuerdo, inventada por Joe Brainard en 1975, y las palabras de Paul Auster en el prólogo: “… escriba las palabras, me acuerdo… deténgase uno o dos instantes, dele una oportunidad a su mente para que se abra… y recordará con una claridad, que no dejará de sorprenderlo…”

Zorayda le abre su mente ‘¿A qué huelo?’ y nos cuenta esos recuerdos de olores de su infancia.

Hago lo mismo… ¿Qué olores recuerdo? El olor del pasto recién cortado me remonta a los cuatro años en el antejardín de la casita de Bogotá, al parque de Teusaquillo, presente siempre hasta el día de hoy.

El olor de la colonia Jean Marie Farina, de Roger Gallet; a mi papá. La uso cada noche para estar cerca de él.

El olor a chicharrón, a los almuerzos sabatinos de la casona en Cali… Desde los ocho años, frijoles infaltables y open house.

El olor a aceite de oliva que recorre las calles del Madrid viejo; único e inconfundible de esa ciudad.

El aroma del jazmín me transporta inmediatamente a Sevilla, al Parque de María Luisa; la cadmia me lleva al barrio del Centenario.

Dicen que los olores y la música es lo último que recuerdan los que padecen Alzheimer.

El humo de leña y los paseos de olla al río, el cagajón a las cabalgatas del Saladito a Tocota, la boñiga a los potreros con ganado de la vieja hacienda, el de axila o ‘chucha’ a los buses de Ginebra en Suiza.

Recuerdos táctiles. Pasar la mano por algún objeto de cuero, una tela de seda, una copa de cristal cortado, un pocillo de porcelana, algún oso de peluche refundido en el closet de algún nieto cuando estaban pequeños…

Recuerdos emocionales. Una noche de luna llena en Cartagena acompañada del murmullo de las olas, un atardecer dorado en Bogotá que me lleva a otros atardeceres enamorados, los coros de las misas funerarias, ese ‘Ave María’ que me dispara las lágrimas… Poemas de Miguel Hernández o García Lorca, que me siguen estremeciendo; el tabaco y ese humo espeso en plazas de toros, los ‘oles’ que rasgan gargantas ante una verónica de Morante de la Puebla.

Ver álbumes viejos, revivir esos momentos, recordar sentimientos para siempre grabados en el corazón.

Abrir la mente y dejarla recordar… Olores, sabores, texturas, paisajes eternos en el tiempo, intemporales, jamás se van. Saber traer instantes pasados y volverlos presentes; comprobar una vez más que lo que llamamos ‘tiempo’ no existe. Si vuelve a la mente es de nuevo el presente, ese instante fugaz que regresa.

Con razón, los que ya no están viven mientras los recordemos. La verdadera muerte es el olvido; la ausencia oscura. Siempre estar atentos a ese “instante del crepúsculo en que las cosas brillan más”.

Periodista. Directora de Colcultura y autora de dos libros. Escribe para El País desde 1964 no sólo como columnista, también es colaboradora esporádica con reportajes, crónicas.

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