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La batalla por los valores

En la campaña electoral norteamericana no estaban en juego y enfrentadas ni las propuestas, ni los programas, ni los partidos, ni la maquinaria electoral, ni los liderazgos.

5 de noviembre de 2020 Por: María Elvira Bonilla

En la campaña electoral norteamericana no estaban en juego y enfrentadas ni las propuestas, ni los programas, ni los partidos, ni la maquinaria electoral, ni los liderazgos. Estaba en juego la calidad humana. Los seres humanos con su carácter, su personalidad, su coherencia, su integridad y su historia personal que los presenta desnudos y de cuerpo entero. Y eso es definitivo cuando se trata del ejercicio del poder. En la manera de alcanzarlo y luego de ejercerlo. Es lo que está en juego en 2020, este extraño año, el año de la peste.

Está enfrentada en esta campaña la decencia contra la atarbanería. La rectitud y la corrección contra la patanería y la trampa. La honestidad contra la mentira. Los valores contra la inmoralidad y el cinismo.
Elecciones que darán la medida de qué tanto se ha desfondado la sociedad norteamericana en su decadencia y qué tan firmes son aún los cimientos de su democracia.

El poder suele sacar lo peor de los seres humanos; es la gran prueba de la calidad humana de las personas. Y con los cuatro años de presidencia de Donald Trump no ha sido distinto. Se sabía de su turbio pasado, de los quites a la ley para no pagar impuestos, de su explotación del trabajo de emigrantes ilegales para la construcción de su imperio inmobiliario de fachada, eso sí, con sus iniciales bien visibles. Casinos, clubes de golf que terminaban en quiebras y escándalos.

Un narciso de marca mayor, enamorado de su imagen en televisión en donde encontró su vitrina exhibicionista con un reality show, ‘El aprendiz’, que le permitió entrar en la alcoba de los televidentes gringos y de paso encontrar un laboratorio para hacer política posteriormente. Las ‘Trump Towers’ en Nueva York son el reflejo de su personalidad de nuevo rico fanfarrón, del cual no habría por qué ocuparse sino hubiera llegado a la Casa Blanca convertido en el hombre más poderoso del mundo.

Con ello, todos los rasgos tóxicos de su personalidad fueron potenciados por el súper poder presidencial. Vimos a un presidente en plena pandemia eufórico en sus rallys masivos de narcisista delirante burlándose de los científicos y poniendo en riesgo la vida de miles de sus seguidores; un Presidente enviando a la Guardia Nacional a las calles para atropellar a manifestantes que protestaban bravos pero pacíficos porque la vida de los negros importa; y ordenar la brutal separación de miles de niños hijos de inmigrantes ilegales, que aún no se encuentran a sus padres en la frontera con México donde avanza la construcción del muro de la infamia. Un Presidente incapaz de ver siquiera al otro.

Y enfrentado a él está Joe Biden y su decencia. Su relación con la gente, con los ciudadanos de a pie, con la empatía y la verdad de quien conoce el sufrimiento y las dificultades, que ha vivido la adversidad y por ello sinceramente respeta la vida y respeta al otro, haciéndolo con genuina naturalidad, con humildad y sin oropeles ni privilegios, como lo ha hecho a lo largo de sus 45 años de vida pública.

Y así se ha visto en esta áspera campaña electoral. ¡Qué contraste con la prepotencia, la arrogancia, la indolencia de ególatra, de su rival! Que no quede duda, lo que se está escogiendo en estas confusas elecciones norteamericanos son valores y no programas, personas y no ideas. Por esto importan tanto, por eso son únicas.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla