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¡Ayyy!, las mascotas

En un mundo en el que el tiempo está solo para invertirse en sí mismos o aquello que resulte funcional en los propósitos individuales, no puede negarse que las interrelaciones humanas han cambiado.

28 de febrero de 2019 Por: María Elvira Bonilla

La última extravagancia de un ser humano con una mascota fue la decisión del famoso diseñador alemán Karl Lagerfeld con su gata Choupette: dejarle una herencia de 150 millones de euros. Me supongo para asegurarle una vida sin afugias ni dificultades, y para ello le dejo también una casa a la cuidadora para que reinara el confort. La gata birmana llevaba más de siete años con él y la convirtió en una imagen de maquillaje, de carros y de marcas de vino que terminó siendo, como dicen ahora, una influencer en Instagram que come en vajilla de plata y actúa como un personaje de carne y hueso que interviene e incluso se despidió de su padre con el corazón roto.

Hace poco me tocaron dos episodios sorprendentes con perros en la cabina del avión. Un día me sorprendió la presencia de un gran danés en el asiento de al lado, como todo un señor pasajero con una cara tan seria como apacible y luego otro perro, de raza desconocida, sentado al lado de su dueña quien lo acariciaba todo el tiempo y me explicó que era su compañía para tranquilizarla durante el viaje y evitarle los ataques de pánico que la tenían por fuera de los aviones. Me mostró un carnet que habilitaba al animal a viajar, no en bodega como era lo usual, sino libremente como un pasajero más.

Imposible no hacerse preguntas sobre este extraño mundo de las mascotas y la relación con sus propietarios, cuyo número se multiplica en todo el mundo pero especialmente en las grandes ciudades. Aunque crecí en una familia con perro y gato alternados, en la vida de adulta independiente nunca he compartido hábitat con mascota alguna, así que no formo parte de los 6 de cada 10 hogares colombianos -Bogotá, Medellín y Cali en su orden- para quienes además su cuidado es una prioridad y no una opción. Son 5 millones de mascotas que demandan cuidados y tratos cada vez más sofisticados, consumidores de comida pero también usuarios de restaurantes, domicilios, artículos especializados, guarderías, de paseadores y veterinarios. Los estudios muestran que la tendencia está dirigida a buscar cada vez más mascotas y menos hijos. El fenómeno es tan significativo que amerita una reflexión.

En un mundo cada vez más áspero y competitivo, individualizado y egoísta; en el que cada quien empieza a encapsularse en sí mismo y son cada día más significativas las inversiones en inteligencia artificial para robotizar aún más la prestación de servicios laborales; las máquinas responden las llamadas; los servicios de logística se multiplican para evitarle a la gente moverse de la casa o de la oficina y por tanto evitar interactuar con el otro, llámese vendedor o mesero, porque la tendencia es ahorrar diálogos, conversaciones consideradas inútiles.

En un mundo en el que el tiempo está solo para invertirse en sí mismos o aquello que resulte funcional en los propósitos individuales, no puede negarse que las interrelaciones humanas han cambiado. Y los afectos también. Y es en esta nueva dinámica en la que las mascotas tienen su lugar más que bien ganado, con su afecto unidireccional, sin reclamos ni exigencias, con expresiones y gestos de cariño rápido, de compensación inmediata. Y lo más importante quizás, van desplazando a los humanos, convirtiéndose en esa compañía innegable y necesaria, en este mundo de soledades y silencios.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla