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El contrato social

Las modernas constituciones democráticas, cuyos orígenes podrían remontarse a los textos sagrados de algunas religiones, determinan los incisos y parágrafos del contrato social.

3 de agosto de 2021 Por: Marcos Peckel

Mucho se habla por estos días de la ruptura del contrato social en las sociedades modernas, lo que se refleja en crisis de diversa índole e intensidad. Si bien en las sociedades primitivas los comportamientos del ser humano eran poco restringidos por leyes exógenas, desde que surge el Estado como organización social y política, el ser humano cede parte de su ‘soberanía’ al control de ese ‘Leviatán’ al que Hobbes hacía referencia. Fue el ginebrino Jacques Rousseau quien acuñó el término “contrato social” en su obra del mismo nombre en la que plasmaba su ideal de una sociedad participativa, en que los hombres libres forjan su destino entre límites concertados.

Filosofía aparte, entre más amplio e incluyente el contrato social, más progresa una sociedad en medio de reglas aceptadas y cumplidas por sus ciudadanos, mientras que un pacto excluyente y limitado, genera tensiones aprovechadas por extremistas y populistas para crear otro a su imagen y semejanza. De ahí la importancia de mantener y renovar el contrato social para preservar el transitar de las sociedades por un rumbo común.

El contrato social establece las reglas de juego. Derechos y deberes del ser humano, imperio de la ley, respeto al prójimo, a las autoridades, a los principios y valores y a las tradiciones, partiendo de dos principios fundamentales: todos los ciudadanos son iguales ante la ley y las libertades individuales solo pueden limitarse para proteger el bien común. Las modernas constituciones democráticas, cuyos orígenes podrían remontarse a los textos sagrados de algunas religiones, determinan los incisos y parágrafos del contrato social. Sin embargo, más allá de la letra, está el espíritu del pacto social, ese comportamiento que como seres humanos exhibimos en la sociedad, influenciado por factores culturales, históricos, lingüísticos y religiosos. Por lo anterior no todos los pactos sociales son iguales.

La democracia cimentada sobre mecanismos de responsabilidad común y participación ciudadana acordados previamente, es el único sistema que promueve la renovación del contrato social preservando las libertades. Las dictaduras y tiranías de todos los pelambres destruyen el pacto social para mantener su poder, los hombres dejan de ser libres para ser peones y dependientes de una camarilla de truhanes.

El gran reto de las sociedades democrática es evitar que las tensiones en el contrato social, propias de su naturaleza, allanen el camino al poder a vendedores de espejitos, dueños de soluciones facilistas, y autoproclamados mesías, quienes una vez ahí arrasan con todo. Más aún las democracias en las sociedades capitalistas compensan la inequidad con igualdad política, tributación justa y creación de oportunidades. Ese es su pacto político, su contrato social.

Crisis económicas como la del 2008 y pandemias como el Covid-19 ponen a prueba el contrato social al interior de los Estados. Para aquellos afectados, esa clase media que pierde su zona de confort, los más vulnerables, los pobres, desempleados y marginados, el contrato social les incumplió, no les responde a sus necesidades básicas, deja de ser importante. Es aquí donde el Estado, los gobernantes, las élites, los poderosos y los actores sociales deben modificar elementos del contrato social para evitar su colapso.

Latinoamérica constituye en la actualidad un epicentro de contratos sociales rotos o tensionados al máximo, cuya consecuencia es una manifiesta amenaza a los sistemas democráticos, imperfectos, inconclusos, pero democracias al fin y al cabo. Los buitres acechan, polarizan, mutilan, carroñan el maltrecho contrato social. Sus designios son claros. Sobre el cadáver del contrato social, hacerse al poder absoluto e imponer su propio contrato, uno en el que el ciudadano queda desprovisto de derechos y libertades.
Sigue en Twitter @marcospeckel