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La vida infausta del negro Apolinar
El género epistolar hace posible una atmósfera de intimidad y confianza que abre la puerta a que se digan cosas que, de otra manera, quizás quedarían ocultas para siempre.
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29 de sept de 2025, 01:09 a. m.
Actualizado el 29 de sept de 2025, 01:09 a. m.
Gran fajada la de León Valencia con su última novela ‘La vida infausta del negro Apolinar’. Si bien es cierto que en algún sentido toda novela es histórica, esta lo es de un modo especial porque relata perspectivas escondidas de la dureza de esas vidas que poco se narran, sea por pudor o por cobardía.
Es una novela epistolar, y aquí tengo que detenerme. Componer novelas a partir de cartas es una opción narrativa con historia. Goethe y Dostoievski tienen en común que ambos, muy jóvenes, publicaron, cada uno, una novela epistolar que, a mi juicio, pueden ser vistas como antecedentes literarios de la de Valencia. En 1774, con apenas 24 años, el autor de Fausto publicó Los sufrimientos del joven Werther, una novela romántica y trágica sobre el amor no correspondido que siente el joven artista Werther por Charlotte; todo su dolor se narra en las cartas que intercambia con Wilhelm, su entrañable amigo y confidente. Por su parte, la primera novela publicada por Dostoievski fue ‘Pobres gentes’, una novela epistolar publicada en 1846, cuando su autor también era un joven de 24 años. Se trata de las cartas cruzadas entre Makar Dévushkin y Varvara Dobrosiólova, amigos y parientes empobrecidos que comparten cómo es eso de vivir en la pobreza, su relación con la escasez y la insolvencia, y también con el mundo de la opulencia, del arte y la creación. Dos novelas sobre vidas infaustas.
El género epistolar hace posible una atmósfera de intimidad y confianza que abre la puerta a que se digan cosas que, de otra manera, quizás quedarían ocultas para siempre. Al destinatario de una carta podemos acercamos desde lejos, le llegamos sin verlo y sin que nos vea, lo cual facilita decir cosas que quizás no diríamos si lo tuviéramos enfrente. Los correos electrónicos de hoy, o los mensajes de WhatsApp, con esa inmediatez que los hace imprescindibles y odiosos, nada tienen que ver con lo epistolar, comunicativamente mucho más exigente y potente.
Pues bien: las cartas con las que Valencia y el negro Apolinar, después de un distanciamiento de años retoman su larga amistad, golpean al lector con una fuerza comparable apenas con la que suele acompañar la dureza de la vida. No son sorbos de agua en taza fina, sino chorros incontenibles que no se detienen, que empujan y atropellan en fraseo largo, sin puntos y sin pausas, a lo largo de los laberintos impenetrables de la amistad más pura, de las luchas sindicales y las huelgas de los corteros de la caña en el Valle del Cauca, vienen con ese ímpetu que crece desde las historias ancestrales de los negros de Buenaventura y en esos amores que tienen la fuerza suficiente para sacudirnos por dentro hasta reventarnos.
Esas cartas restituyen y rinden homenaje anónimo a la figura casi olvidada y nunca suficientemente comprendida de Gerardo Valencia Cano, el obispo de Buenaventura, hombre bueno y cercano a los más pobres y marginados que en el Pacífico colombiano sembró y cultivó semillas de compasión solidaria. De esa semilla luchadora e invencible procede la contundencia insumisa e infausta de la vida del negro Apolinar.
León Valencia logra evadir la tentación de la narración resentida o quejumbrosa de la vida infausta, él parece saber que, en el fondo, todas lo son, aunque no todas en el mismo grado. Pero lo más destacable es que con esta novela logra también evitar que la ideología se convierta en la clave de lectura determinante de toda existencia humana, sobre todo de esa ideología que pretende decirnos cómo y para qué debemos sentir el dolor ajeno. Se nota que las enseñanzas del obispo de Buenaventura tocaron su alma.

Rector Universidad Javeriana Cali
6024455000






