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Columnistas
La niña conoce la selva
Cualquiera que sea el epílogo de las vicisitudes de esos pequeños, permanecerá en la memoria este dramático suceso como un pasaje épico, de una odisea real o imaginada, de cuatro niños sobrevivientes caminando entre la espesura de la madre selva
Se suele pensar que en ciertos aspectos las niñas aventajan a los niños especialmente en perspicacia e ingenio a más temprana edad, y son instintivamente comprensivas y protectoras. Por ese rasgo albergamos la esperanza de que la niña indígena Lesly, de la etnia Nukak de la Amazonía, a sus 13 años estaría guiando a sus hermanos menores, uno en brazos, en medio de la selva del Caquetá a donde los arrojó el accidente de la avioneta en que perdieron la vida los adultos, entre ellos su mamá. Su papá, gobernador de un resguardo, les aguardaba luego de su huida por supuestas amenazas de miembros disidentes de las Farc.
Cualquiera que sea el epílogo de las vicisitudes de esos pequeños y su búsqueda incesante por parte de las Fuerzas Militares y comunidades indígenas, permanecerá en la memoria este dramático suceso como un pasaje épico, de una odisea real o imaginada, de cuatro niños sobrevivientes caminando entre la espesura de la madre selva y el perifoneo de la voz de la abuela en la ilusión de que llegue a los oídos de los niños, como un gran espíritu que les llama a la vida.
Un llamado que recuerda a Orfeo cuyo canto calmaba a las fieras y seducía al enemigo, en su descenso al inframundo para llevar a su amada al reino de los vivos, y aunque el dios que allí reinaba se lo permitió a condición de no mirarla hasta que la luz del sol la bañara, un desenlace inesperado habría de arrastrarla de nuevo a las sombras para siempre. Mas sobre los cuatro niños, desde la cosmovisión de los suyos hay creencias y ruegos para que poderes o fuerzas providencialmente un buen día, los dejen a salvo del embrujo de la jungla.
Más allá de que Lesly conoce la selva, según dijo un miembro de su pueblo asentado en Araracuara (El Tiempo 20-5-23), las niñas de las comunidades indígenas de la zona se enfrentan a necesidades y riesgos que no alcanzamos a dimensionar, los mismos que bajo su mirada infantil las precipita en un difícil encuentro con la realidad compleja de los adultos y su entorno familiar, en comunión con la inmensa naturaleza rica y salvaje a la vez. Aún así, hay historias de vida como la de la pequeña artista Anngie en Leticia, quien en su relato a La voz Kids, a sus nueve años de edad dijo provenir “de un hermoso paraíso” a la orilla del río Amazonas, su patio de juegos; aunque a veces se inunden las casas, “uno juega con las amigas, los perros, los hermanos. La vida es sencilla pero bonita (..) yo soy una niña del agua”.
Se sabe de otra niña indígena yekuana de once años, Norys Irene, quien valerosamente venció durante dos semanas la selva amazónica venezolana luego del accidente de la avioneta en que viajaba, comiendo hojas y hierbas, y cuidó, alimentó y salvó de la muerte a otro sobreviviente hasta que fueron hallados por el equipo militar y miembros de su etnia. Y muy recientemente una niña de 13 años perdida una semana en la selva en Quintana Roo, México, en medio de latentes peligros sobrevivió alimentándose con animalitos y frutillas, y se cubrió con barro del manglar para protegerse de los animales salvajes, una inteligente idea y un oportuno rescate considerando las huellas del jaguar muy cerca de sus pasos.
Son las causas humanitarias y la voluntad de unir fuerzas y conocimientos entre quienes integran una misma Nación, sin distinción de raza o creencias, lo que siembra la esperanza de alcanzar objetivos vitales.