Columnista
La democracia es frágil
La democracia es frágil y todos los días recibe actos de barbarie en su contra, provenientes de todos los rincones del espectro político.
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4 de ago de 2025, 02:09 a. m.
Actualizado el 4 de ago de 2025, 02:09 a. m.
Duele comprobar cómo los seres humanos tratan a las democracias. No se cansan los teóricos en afirmar que ninguna otra invención de la humanidad ha servido para conducir en paz las tensiones sociales. La democracia es frágil y todos los días recibe actos de barbarie en su contra, provenientes de todos los rincones del espectro político.
El último atropello consiste en la implantación de la reelección indefinida del presidente en El Salvador. El líder Nayib Bukele, de 44 años, presidente desde 2019, descubrió que el poder es adictivo y movió fichas para quedarse en él sin límites. Versión derechista del tirano de izquierda Daniel Ortega, quien ha ejercido el poder en dos períodos distintos en un espacio de 23 años, en una especie de negocio familiar.
En una época se decía que América era suelo fértil para la democracia. Ni tanto. Los Castro y sus amigos gobiernan en Cuba desde 1959, en una caótica dictadura que se alimenta del fracaso cotidiano. Ya nadie cree que el desastre de la economía cubana se debe a los embargos que en su momento impusieron los Estados Unidos. La incapacidad de acomodarse a la realidad es marca registrada de los cubanos.
Nuestros hermanos de Venezuela resolvieron hace 26 años acoger como válido el bla -bla-bla de Hugo Chávez, un coronel golpista que se ideó construir un tumor conformado por sus seguidores y alimentado por las rentas del petróleo. Hasta 1999 Venezuela fue rica y generadora de empresas valiosas. Hoy, ocho millones de emigrantes después, la muestra de lo que queda es Monómeros, una planta de fertilizantes que está a punto de desaparecer.
Pero en el mundo anglosajón los ataques a la democracia se han presentado en Estados Unidos durante el segundo mandato de Donald Trump. Su atrabiliaria concepción de la economía ha llegado incluso a mezclar conceptos de negocios con prejuicios políticos.
Es inaudito que a Brasil se le impongan unos altos aranceles por causa del trato que la justicia de ese país ha dado a Jair Bolsonaro, un golpista amigo de Trump. Esta intromisión flagrante nos hace recordar el viejo dicho colombiano de que “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”.
De las grandes autocracias orientales no hay que hablar. China, por sobre todas ellas, desarrolló el concepto de libertad económica dentro de una dictadura política. Modelo que ha seguido casi todo el sudeste asiático. La Rusia de Putin es como un gran castillo refractario a las buenas injerencias y a los acertados consejos.
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Posdata: No somos jueces de los jueces, pero sí podemos ser críticos de sus decisiones. En cuanto al reciente fallo del caso Uribe Vélez, comenzamos por expresar un rotundo rechazo a la longitud casi interminable de la sentencia, al tiempo que hacemos un gran elogio a la brevedad.
¿Se imagina alguien una sentencia de 1114 páginas? Es inexplicable que la señora juez de Bogotá dedicara tanto tiempo a una decisión francamente simple. El tiempo de los funcionarios públicos no les pertenece a ellos sino a la comunidad que los necesita.
Hoy parece imprescindible inyectar a la Administración de Justicia nociones de gerencia del tiempo. La sociedad no resiste procesos que duran decenios, para terminar con decisiones de miles de páginas. Sería útil recordar a toda hora el viejo refrán español: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”.

Doctor en Jurisprudencia del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Abogado en ejercicio. Colaborador de EL PAÍS desde hace 15 años.
6024455000





