Una historia de amor

Sería un desatino afirmar que Álvaro Mutis es un mal escritor. Pero...

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14 de may de 2015, 12:00 a. m.

Actualizado el 19 de abr de 2023, 11:39 p. m.

Sería un desatino afirmar que Álvaro Mutis es un mal escritor. Pero cualquier lector sensato aceptará que la calidad de sus libros no está a la altura de su renombre. Lo mismo puede decirse de Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, José Donoso o Mario Benedetti, señores que tienen obras meritorias, nadie lo niega, pero están muy lejos del nivel alcanzado por Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Juan Rulfo, Alejo Carpentier y García Márquez, para hablar únicamente de los que conozco y quiero.Con esto no pretendo ser iconoclasta ni molestar a los fans; sólo quiero poner las cosas en una perspectiva justa, mostrar mi escala de valores y separar los genios de los aplicados.Nota: Borges, el último delicado, según Ciorán, tenía una fórmula muy elegante para “pasar de agache”. Como no podía incurrir en pedanterías por el estilo de “No me gusta Joyce”, decía con cautela de viejo zorro: “No he sido digno de la obra de Joyce”. Decir que Mutis es un mal escritor sería desconocer que ha escrito versos perfectos (“Que la muerte te acoja con tus sueños intactos”) y una novela tan buena que no parece de él, La última escala del Tramp Steamer. Es el mismo Mutis de siempre pero esta vez el clima está más cerca de las atmósferas lentamente cargadas, como en Conrad, que de esas enrarecidas y sórdidas locaciones, a lo Faulkner, que tanto le gustaban a Mutis. Y la inmoralidad exhibicionista de Maqroll, hecha para impresionar señores recatados, da paso ahora a las tribulaciones de un capitán de barco que se ve obligado a hacer negocios con Warda, una musulmana que ha heredado un viejo barco, el Alción, de un tío muerto recientemente. Ella es una mujer precozmente adulta; él, un hombre mayor. Ambos están de regreso. Han amado, engañado, sufrido. Conocen los deleites del paraíso y los rigores del infierno. Ya no pueden decirse “Tú eres lo más hermoso que me ha sucedido en la vida” o “Te querré por siempre”, ni son de esos que se resignan a proponer “Envejezcamos juntos”. Entonces inician un juego de fintas y excusas. Se entrevistan varias veces en los puertos que toca el Alción (Marsella, Lisboa, Helsinsky, Havre, Madeira, Veracruz, Vancouver, Punta Arenas, Kingston, New Orleans, Recife) para hablar de fletes, itinerarios y reparaciones, pero ella no puede ocultar su inteligencia ni su insoportable belleza, y él siempre ha sido, como buen caballero, un seductor involuntario.Cuando se percatan, están metidos hasta el cuello en las arenas movedizas del amor y, aterrados, se entregan a la redacción de un contrato, tácito y antirromántico, de ausencias, de licencias y de un respeto casi supersticioso por la privacidad del otro.La última escala del Tramp Steamer es una original historia de amor que no está hecha de entregas sino de reticencias, que no gira en torno a la posesión sino a la seducción, y donde al fin el cálculo y la pasión firmarán un armisticio.El viejo barco de Warda es casi un personaje de carne y hueso cuyo protagonismo Herman Melville habría aplaudido.Además, el estilo. Muy pocas veces he escuchado un lenguaje semejante, una prosa que es poética sin incurrir en el verso, una exaltación tan sabiamente contenida, un ritmo narrativo cuya música no desfallece; tanta agudeza deslizada entre líneas. Leer La última escala del Tramp Steamer es como leer un quinto tomo de El cuarteto de Alejandría.

Escritor y periodista. Columnista de El País y El Espectador, y escritor visitante de Renata, la Red Nacional de Talleres de Escritura del Ministerio de Cultura. Diez años con El País.

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