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Venezuela, no perder el impulso

La situación de Venezuela no puede ser tomada por el mundo como una simple posición binaria sobre a quién considera cada nación como su legítimo presidente.

8 de febrero de 2019 Por: Julián Domínguez Rivera

La situación de Venezuela no puede ser tomada por el mundo como una simple posición binaria sobre a quién considera cada nación como su legítimo presidente.

Va más allá y es la reivindicación de valores básicos que llevan al ser humano a rechazar de manera enfática lo inadmisible: el sufrimiento de todo un pueblo a manos de un grupo de civiles y militares que se han dedicado a saquear al país, a sembrar el terror y a ocupar de manera ilegítima el poder.

Se trata de una tragedia humanitaria que ha privado a millones de venezolanos de condiciones de vida dignas y ha lanzado a cientos de miles a la mendicidad en las calles de todo el Continente. La tristeza en sus caras es demoledora.

Con entereza una treintena de países, liderados por Colombia, ha reconocido a Juan Guaidó como presidente encargado, el joven diputado que, con audacia, inteligencia y serenidad, abrió una senda de esperanza al país, reivindicando la valentía del pueblo venezolano y defendiendo de manera firme su libertad y porvenir.

En situaciones tan extremas como las que han vivido los venezolanos, por la destrucción de sus condiciones de vida, la corrupción desbordada del régimen y la constante intimidación del aparato de seguridad, la valentía es la única salida posible.

La solución de la crisis de Venezuela debe venir, sin duda, del pueblo venezolano, pero el apoyo de la comunidad internacional es fundamental para que el régimen de Maduro entienda que no tiene alternativa distinta a dejar el poder.

Y para que llegue la ayuda humanitaria que estratégicamente se está gestionando.

Este es un momento crucial, en donde no se puede perder el impulso y el rechazo sin vacilaciones al régimen dictatorial de Maduro. Y entender que la firmeza, pero también la persistencia es el único camino para una situación que no tiene salidas fáciles.

Porque una vez se logre el cambio, requerirá emprender un camino de reinstitucionalización a todo nivel y de reconstrucción de su aparato productivo reducido hoy a la miseria, empezando por el sector petrolero, pero con la necesidad de que surjan de nuevo miles de empresas que generen empleo y oportunidades para la población.

Se requerirá de mucha paciencia y capacidad de gestión, porque, por ejemplo, convocar a unas elecciones libres demoraría entre seis y doce meses, pues se deben garantizar unas instituciones electorales independientes, hoy cooptadas por el régimen.

Lo peor que puede pasar es que este cambio liderado por Guaidó y millones de venezolanos que han salido a las calles a pedir democracia, pierda impulso. O que lo encarcelen. Y el mundo, entre la impotencia y la indiferencia, vuelva a mirar para otro lado.

Los colombianos, cuya solidaridad con el pueblo venezolano ha sido incondicional, deben sentir de manera profunda su sufrimiento. Porque, en nuestro país, la agresividad entre corrientes ideológicas ha alcanzado límites lamentables, porque la apuesta por la desinstitucionalización y porque ‘al Gobierno le vaya mal’ de sectores recalcitrantes es destructiva y porque quienes apelan al ‘todo vale’ en política son el abismo.

Nunca estará de más reflexionar sobre las causas que llevaron a ese estado de cosas al vecino país y cómo evitar estar condenados a padecerlas.

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