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Formalidad, proyecto colectivo

Existe consenso en que la informalidad es una de las principales dolencias...

23 de mayo de 2015 Por: Julián Domínguez Rivera

Existe consenso en que la informalidad es una de las principales dolencias del país, afectando de manera crítica a la economía y a la sociedad en su conjunto, dado que genera debilidad institucional y alto impacto en las empresas que actúan dentro de la legalidad al sufrir sobrecarga impositiva y competencia desleal.No es fácil disminuir los niveles de pobreza y por ende de inequidad cuando la mitad de las unidades productivas están en la informalidad, generando ingresos para unos pero cero retorno al bienestar general, ya que no hay contribución a los programas de beneficio común. Los países que avanzan en la inclusión económica y social, aquellos que disminuyen la brecha entre ricos y pobres, empiezan a registrar crecientes niveles de formalidad. En este contexto, es preocupante que el país siga sin ubicar a la formalización empresarial y laboral como uno de los ejes fundamentales de su carta de navegación y no sea una política prioritaria, porque dilata acciones que evitarían que persistan círculos viciosos que contribuyen a un crecimiento económico menor al potencial, erosión de la actividad industrial, bajo estímulo para la productividad y la innovación, menores recursos para los sistemas de salud y pensional, y una fuerte cultura individualista en las conductas sociales al privilegiar el beneficio inmediato sobre los proyectos colectivos que, la historia ha demostrado, son el germen de los saltos cualitativos que han dado las naciones. Una de las principales restricciones para abordar este tema es la limitación que impone la indefinición de políticas y acciones que impide establecer cuál es el punto de llegada de las estrategias. Mientras se resuelve esta falta de articulación y de norte, nuestra sociedad cada vez acepta con más naturalidad la informalidad, que se extiende a diversos ámbitos. Se percibe en el transporte, la minería, comercio, construcción, servicios, industria e incluso en las mismas autoridades públicas. Toda esta situación representa la incapacidad de respetar y hacer respetar las reglas, representada en la falta de control de las autoridades, abusos, corrupción y el irrespeto a las normas por parte de la ciudadanía.En conclusión, la informalidad y la ilegalidad debilitan toda la institucionalidad del entorno y se caracteriza por un marcado relativismo, es decir, cada uno quiere imponer sus reglas y se intenta desconocer las establecidas por la autoridad. Todos quieren soluciones ‘a su medida’. Es difícil avanzar en estrategias de formalización consistentes, cuando el ambiente que se respira en muchas de las ciudades es de permisividad a la informalidad. Investigaciones realizadas sobre grupos de informales evidenciaron que muchos de ellos temen el paso a la formalidad porque estiman que una vez lo hagan quedan en situación de desventaja con quienes deciden no hacerlo, que por la debilidad de los sistemas de control, la capacidad de mutación y muchas veces por entornos de corrupción continuarán ejerciendo sus actividades sin mayores inconvenientes. Parte de las críticas de algunos empresarios, es que incluso algunas autoridades dan visos de legalidad a tales negocios informales, permitiendo su carnetización o su proliferación en espacios públicos. El talón de Aquiles de las políticas en la materia es esta dicotomía. Sin un mensaje claro de no tolerancia desde la institucionalidad a la informalidad, es difícil crear un clima de confianza y observancia de las normas, y así avanzar en proyectos colectivos.

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