El pais
SUSCRÍBETE

La libertad fundamental

La principal protagonista de la actualidad es la libertad de expresión. Los terribles ataques de los extremistas musulmanes en Francia tienen su origen en una discrepancia básica entre la civilización occidental y el islamismo extremista.

1 de noviembre de 2020 Por: José Félix Escobar

La principal protagonista de la actualidad es la libertad de expresión. Los terribles ataques de los extremistas musulmanes en Francia tienen su origen en una discrepancia básica entre la civilización occidental y el islamismo extremista. Los occidentales creemos que una sociedad civilizada se fundamenta en el respeto a la libertad de expresión. Los islamistas radicales cuestionan tal libertad y la someten a prejuicios religiosos, políticos e ideológicos.

Francia cree en la libertad de expresión, incluso permitiendo o tolerando los excesos. Las ya conocidas caricaturas del profeta Mahoma que ocasionaron una masacre en el seno de la revista satírica que las publicó en 2015, son tenidas por millones de musulmanes como una blasfemia atroz e inaceptable. ¿Era necesario publicarlas? ¿Es prudente convertir este episodio en un asunto de honor nacional para los franceses?

Las últimas declaraciones del presidente Emmanuel Macron han atizado de nuevo la hoguera del fanatismo islamista. Con seguridad y convicción, Macron ha dicho que Francia defiende la libertad de expresión hasta las últimas consecuencias. El presidente turco Erdogan, quien sueña con ser ahora el líder del mundo musulmán, contestó con energía las palabras de Macron y no dudó en instigar a los islamistas contra Francia.

No cabe duda de que el soporte de una auténtica democracia es el respeto a la libertad de expresión, pero el derecho a expresarse tiene limitaciones. No se trata de las trabas y cortapisas impuestas por dictadores o cuasi tiranos como Daniel Ortega en Nicaragua, cuyas más recientes actuaciones están encaminadas a silenciar a los opositores. Las limitaciones a la libertad de expresión deben nacer del ejercicio responsable de ese derecho.

En Colombia la discusión sobre la libertad de expresión ha tenido un giro interesante. Los funcionarios públicos reclaman para ellos el derecho a decir lo que piensan, pero lastimosamente para quienes defienden esta posición, nuestras normas y nuestra jurisprudencia opinan lo contrario. La Constitución establece con toda claridad que los servidores públicos solamente pueden hacer aquello que les está permitido.

El Departamento Administrativo de la Función Pública ha dicho en concepto reciente que “la jurisprudencia constitucional e interamericana han coincidido en señalar que el derecho a la libertad de expresión, cuando es ejercido por funcionarios públicos en ejercicio de sus funciones, tiene limitaciones mayores a las que ostenta cuando lo ejerce un ciudadano del común”. Más claro imposible.

Algunos mandatarios locales se resisten a admitir las limitaciones que el ejercicio de sus funciones públicas les impone. El caso clásico es el de la alcaldesa de Bogotá, cuya locuacidad es irrefrenable. La doctora López está a punto de crear un conflicto internacional con su abrupta declaración en el sentido de que a los venezolanos que delinquen hay que deportarlos de inmediato.

Los organismos de control están en mora de cuestionar la conducta excéntrica de la alcaldesa de Bogotá y demostrar que en el país no solamente se disciplina a los mandatarios de ciudades pequeñas. El asunto en el fondo es sencillo: si un mandatario local tiene puntos de vista y posiciones que no puede expresar por las limitaciones legales, que acuda donde el sicólogo, o si el caso es grave donde el siquiatra.

AHORA EN Jose Felix Escobar