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La libertad de expresión, en la mira

Quienes asumen posiciones públicas deben saber que representan muchas fuerzas, intereses e instituciones, lo que les obliga a una especial prudencia

21 de febrero de 2021 Por: Vicky Perea García

Quien comenzó la utilización abusiva de su libertad de expresión fue el expresidente Donald Trump. Con argumentos montaraces, desde su campaña de 2016 Trump empezó a desacreditar a los medios de comunicación que no le eran afectos, acusándolos de productores de noticias falsas. El simplismo mental de Trump no comprendió que las noticias no deben ingerirse crudas, que deben ser verificadas, contrastadas y colocadas en su respectivo contexto.

El abuso de Trump llevó a que las más importantes redes sociales eliminaran sus cuentas, pues no queda ninguna duda sobre el hecho de que desde ellas Trump envalentonó a la turba que el 6 de enero invadió el Capitolio de los Estados Unidos. La gran democracia norteamericana tardará años en digerir ese enorme sacrilegio cometido en nombre de la libertad de expresión.

No es lo mismo emitir una opinión que proferir una sentencia. Esta última tiene que ser la conclusión de un análisis desapasionado de los hechos y las pruebas. La opinión, en cambio, puede incluir proposiciones subjetivas, parcializadas y hasta injustas. Sin llegar al extremo del rapero español Pablo Hasel, quien después de años de enaltecer el terrorismo e injuriar a la monarquía fue finalmente privado de la libertad.

Para algunos cuesta trabajo entender que no todos los ciudadanos pueden opinar con entera libertad. Quienes asumen posiciones públicas deben saber que representan muchas fuerzas, intereses e instituciones, lo que les obliga a una especial prudencia. Es inaceptable la ‘metida de pata’ del embajador colombiano en Nicaragua Alfredo Rangel, quién se dejó tentar en una entrevista radial y calificó de “cuento chino” el proyecto de canal interoceánico en que se ha embarcado Nicaragua con el apoyo de inversionistas chinos.

Claro que el canal interoceánico es una vagabundería auspiciada por el sátrapa nicaragüense Daniel Ortega, contratada en silencio y sin información previa a la ciudadanía. Pero un embajador de un país extranjero no tiene por qué afirmar lo que Rangel dijo. Y para mayor dimensión de la salida en falso de Rangel nuestra Cancillería expresaba simultáneamente su protesta porque los mapas de la Nicaragua de Ortega incluyen zonas marítimas de Colombia.

En este recuento de pecados contra la libertad de expresión no puede faltar la doctora Claudia López, alcaldesa de Bogotá. Su locuacidad y su constante apego a la figuración mediática la han llevado a convertirse en la gran capitana del centralismo bogotano. Su último ‘show’ consistió en reclamar airadamente el mayor número posible de vacunas para la capital, dada su importancia, su peso específico, su relevancia, etc.
En esta época sin duda preelectoral, ¿habrá pensado la señora López lanzarse como aspirante a la presidencia del país? Su discurso súper cachaco no debe caer bien en ninguna de las grandes ciudades diferentes a la capital. Y menos en los pequeños centros urbanos de la periferia, eternas víctimas de la insaciable voracidad de recursos que caracteriza al centralismo.

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Todos los que creemos en la libertad de expresión como garantía fundamental, tenemos que estar del lado de Australia en su actual enfrentamiento con Facebook. Las grandes tecnológicas tienen que reconocer a los medios de comunicación el costo que representa la generación de contenidos noticiosos. Esto no es gratis y deben pagar por ello.

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