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Santos, hacedor de paz

Dicen que lo que se hereda no se hurta, y la sentencia...

16 de junio de 2011 Por: Jorge Restrepo Potes

Dicen que lo que se hereda no se hurta, y la sentencia cae como anillo al dedo cuando se compara el gobierno de Eduardo Santos (1938 – 1942) con el de su sobrino nieto Juan Manuel, en buena hora elegido presidente de Colombia.En efecto, luego de un gobierno que produjo cambios bruscos en la política nacional, el presidido por Alfonso López Pumarejo (1934 – 1938), quien luego de una larga hegemonía conservadora logró insertar al país en los parámetros del Siglo XX, hasta ese momento una sociedad pastoril con grande influjo del clero católico. López, a través del Congreso de mayoría liberal, le rompió la espina dorsal a la Constitución de 1886, y así surgieron el derecho de huelga, salvo en servicios públicos, y, lo más importante, la intervención del Estado en la economía. Esas reformas, para citar solamente dos, calentaron el ambiente, y la derecha, dirigida por Laureano Gómez, montó una oposición virulenta, que exacerbó los espíritus, al punto que yo creo que ese fue el caldo de cultivo de la espantosa violencia que se apoderó de Colombia cuando se produjo la caída del liberalismo del poder y el consecuente ascenso del Partido Conservador en 1946.Pero volvamos a Eduardo Santos. Después de López se imponía un gobierno que trajera un espíritu de convivencia pacífica, que fue el que implantó Santos, a quien el país conocía por los editoriales del periódico El Tiempo, de su propiedad.Santos, tolerante y apaciguador, pudo gobernar sin sobresaltos. Infortunadamente vino después la reelección de López Pumarejo y las pasiones se caldearon al punto de provocar la renuncia del presidente López, quien ya ejercía su segundo mandato, dando paso a la presidencia de Alberto Lleras (1945 – 1946), a quien correspondió entregar el mando al triunfante presidente Mariano Ospina Pérez.Juan Manuel Santos parece cortado con la misma tijera de su tío abuelo pues, como éste, sigue la máxima romana “suaviter in modo, fortiter in re”, que puede traducirse “ánimo sereno, fuerte en la acción”. Así es el actual mandatario a quien ni Uribe es capaz de alterarle el genio pues ya otro hubiese mandado al camorrista ex presidente a la punta del cuerno.Contra la feroz oposición de Uribe, por fortuna abandonado por sus alfiles más conspicuos, Roy Barreras y Juan Lozano, el Congreso aprobó la Ley de Víctimas y de Restitución de Tierras, que es el primer paso hacia la consolidación de la paz en Colombia. Tanto interés ha puesto el presidente Santos en esa ley, que él mismo radicó el proyecto en la Secretaría de la Cámara el año pasado, y ya lo sancionó en presencia del Secretario General de la ONU.Indemnizar con suma apreciable a las víctimas de la violencia, cualesquiera sean los victimarios, es empezar a cancelar la deuda que el Estado tiene con millones de compatriotas que sufrieron el estrago de los crímenes, a partir de 1985. Y devolverles las tierras a los propietarios que fueron desposeídos de ellas a punta de fusil, y retornar a sus parcelas a cuatro millones de desplazados por actos violentos, es algo que servirá para poner los cimientos de la paz en esta adolorida nación.Por eso sostengo que Santos es hacedor de paz, adentro y afuera de las fronteras. En buen momento escogimos un hombre de sus condiciones para ese empeño patriótico, dándole a este adjetivo su exacto sentido y no el hipócrita que oímos en los ocho años del gobierno de Uribe.

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