El pais
SUSCRÍBETE

La vacuna

Dicen que la voz ‘vacuna’ se originó cuando en un establo europeo alguien observó que las ordeñadoras no se contagiaban de la letal viruela pues de las tetas de las vacas que ellas manipulaban fluía algo que las inmunizaba contra el virus

11 de agosto de 2021 Por: Jorge Restrepo Potes

La palabra ‘vacuna’ no goza en Colombia de buena reputación pues con ella se menciona el delito que cometen los bandidos de todos los pelambres: guerrilleros, narcos, rufianes de esquina, paramilitares y un largo etcétera, para extorsionar a las víctimas con el fin de extraerles grandes sumas de dinero a cambio de no secuestrarlos, o asesinarlos, o bloquear sus negocios.

Nadie ha hecho el cálculo, pero yo creo que con esas ‘vacunas’ se recogieron ingentes cantidades de dinero, porque en los últimos cincuenta años el país ha sido sujeto pasivo del ultraje extorsivo.

Dicen que la voz ‘vacuna’ se originó cuando en un establo europeo alguien observó que las ordeñadoras no se contagiaban de la letal viruela pues de las tetas de las vacas que ellas manipulaban fluía algo que las inmunizaba contra el virus, y para hacerles un reconocimiento a los semovientes de los que brota el lácteo licor, le llamaron vacuna al biológico que perfeccionó Edward Jenner y con el que se evitó la muerte de millones de seres humanos.

Pero si hubo viruela, sarampión, tos ferina, tifo exantemático, gripe española, VIH, y otras pestes apocalípticas, el mundo no había sufrido algo tan terrible como este Covid-19, que tiene en jaque a la humanidad desde noviembre de 2019, cuando alguien sopló que de un laboratorio chino había salido la cepa de figura ridícula como de personaje de película de dibujos animados, que va destruyendo todo lo que encuentra a su paso en los cuerpos a los que logra colarse.

Para ese bicho no teníamos contrafómeque. Ni siquiera los científicos podían identificar el virus. Uno a uno fue cayendo país tras país y, naturalmente, Colombia fue uno de ellos. El presidente Duque, con el sol más abajo del coxis, supo que su magro prestigio se desmoronaba y que hasta su vesánico mentor le retiró los afectos.

Se le ocurrió entonces montar un costoso programa de televisión en el que durante una hora diaria en espacio triple A, aparecía en las pantallas a contarle a la escasa audiencia el desarrollo de la tragedia sanitaria.

Tengo alto concepto del ministro de Salud Fernando Ruiz Gómez, a quien le ha tocado capotear el huracán. Quienes todos creíamos era su jefe, Germán Vargas Lleras, lo vapulea en su columna semanal. Los demás miembros del gabinete poco o ningún caso le hacen, y el Presidente lo aprovecha para mejorar su lánguida imagen.

Pero el ministro logró, a pesar de la funesta tramitología nacional, que el Gobierno adquiriera muchas dosis de las diversas vacunas que fueron apareciendo.

Hoy somos legión los colombianos vacunados. Tenemos que llegar a la inmunidad de rebaño con el 75% o más de la población con el esquema completo. Para ello, el Gobierno debe obligar a los renuentes a vacunarse, porque esa renuencia encierra un atentado a la salubridad pública.

Ahí no hay violación del tal desarrollo de la personalidad, ni libertades conculcadas. Puede el Presidente no usar la palabra ‘obligación’ en los decretos que expida, sino poner en cintura a los necios antivacunas con medidas como la de no permitir acceso a los sitios públicos, ni a las universidades y colegios, ni a restaurantes, ni a discotecas, sin mostrar el respectivo certificado, en fin, tratar de que lleguemos al necesario porcentaje de la población vacunada.

Si así se hace, el Presidente tiene la última oportunidad de hacer algo digno de ser registrado en los anales patrios.

AHORA EN Jorge Restrepo Potes