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Hipócritas

Pienso que ahora se están dando hipócritas por todo el mundo con el cuento desaliñado del acoso sexual, que es diferente a los delitos que cometen los violadores perversos de niños y niñas.

18 de septiembre de 2019 Por: Jorge Restrepo Potes

En singular, el título de esta nota trae a mi memoria el bolero de mediados del Siglo XX cantado por Fernando Fernández, con el que quitaba el velo a la amada para sindicarla de ser persona de sentimientos contrarios a los que en realidad tiene, como define esa conducta la Real Academia Española.

Pienso que ahora se están dando hipócritas por todo el mundo con el cuento desaliñado del acoso sexual, que es diferente a los delitos que cometen los violadores perversos de niños y niñas, o los tratantes de menores como Jeffrey Epstein, que se suicidó en la cárcel, antes del juicio. También son merecedores de censura los que, usando la fuerza, obligan a otra persona al acto sexual.

A mí no me vengan, como dicen en Tuluá, que unas damiselas de 20 años -hoy de 60- iban a caer, contra su voluntad, en los brazos de Plácido Domingo. Una cupletista madrileña -tipo la que interpretó Sarita Montiel en El último cuplé- daba dos caídas y un tropezón para que uno de los grandes tenores de la historia operática se fijara en ella. Esa chica que soñaba con llegar al Metropolitan Opera House de Nueva York, o al teatro Imperial de Viena, o al de la Ópera de París, o a la Scala de Milán, se pirraba por formar ‘la bestia de las dos espaldas’ con Domingo como Otelo en su tálamo de Chipre.

A mí no me vengan con la historieta chimba de que muchas aspirantes a estrellas de Hollywood no daban esta vida y la otra porque Harvey Weinstein posara en ellas sus ojos. Era el productor de cine más importante. Por él se llegaba a las pantallas de plata. Con él se alcanzaba la gloria de aparecer en las marquesinas de Broadway.

Ahora salen a decir que el hombre era un vulgar acosador. Una tonta de capirote alega que la había citado a entrevista en el lujoso hotel de Nueva York donde se hospedaba el magnate, y que en lugar de recibirla en la cafetería le pidió que subiera a su habitación en donde lo encontró desnudo bajo la ducha, proponiéndole sexo oral, que según Woody Allen es imposible pues en él no se habla.

Buen primor. ¿Por qué fue a la habitación? ¿Por qué al verlo empelota no salió disparada a poner queja en la administración? No. Esperó 30 años para denunciarlo. A ella es a quien debían poner en chirona por idiota.

Don Francisco desde hace 50 años atrapa la atención de todos los hispanohablantes de América Latina y de Estados Unidos. Personajes de la farándula que no saliera en su programa semanal, simplemente no existía. Por su cámara pasaron actores, actrices, cantantes de todos los sexos imaginables, en fin, todos aquellos que vivían de los escenarios en los que aparecían.

Mario Luis Kreutzberger -ese apellido de oficial nazi es el de don Francisco-, no necesitaba acosar a ninguna mujer porque todas se rendían a sus pies pues el chileno entraba por las pantallas de televisión a todas las casas de medio mundo, y fuimos legión los que lo veíamos con su simpática sonrisa y su desabrochado mamagallismo.

Entonces, a mí no me vengan con estas avejentadas doncellas que acuden a los tribunales a enlodarlo y para que le imputen acoso. Ninguna habla de penetración ni de sexo forzado, igual como sucede con los cargos contra Plácido Domingo y Harvey Weinstein.

Son mujeres sesentonas que les permitieron licencias a sus hoy denunciados para ingresar al difícil mundo del entretenimiento. Como diría María Fernanda Cabal, “¡cojan oficio, hipócritas!”.

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