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Los liberales colombianos debemos insertar en las nuestras lo que ocurrió en Bogotá el 6 de septiembre de 1952, que es uno de los crímenes políticos más atroces que se hayan cometido en nuestro suelo.

21 de septiembre de 2022 Por: Jorge Restrepo Potes

Así como los estadounidenses grabaron para futura memoria la tragedia de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, resumida en los números 9/11, los liberales colombianos debemos insertar en las nuestras lo que ocurrió en Bogotá el 6 de septiembre de 1952, que es uno de los crímenes políticos más atroces que se hayan cometido en nuestro suelo.

Con motivo de los 70 años de ese horrendo acontecimiento, dos de las víctimas, El Tiempo y El Espectador, publicaron sendos editoriales sobre el tema; y Guillermo Pérez Flórez, en edición reciente de este último, hizo una crónica acertada del incendio y saqueo de ambos diarios; de la Dirección Liberal Nacional; de la casa del expresidente Alfonso López Pumarejo, y la del jefe del liberalismo Carlos Lleras Restrepo.

Narra Pérez en su artículo que “posiblemente el único testigo ático que aún vive es precisamente Parra Escobar (Néstor Hernando)”. Ignoro qué tan “ático” como testigo sea yo, pero reclamo que también fui testigo presencial de lo que aconteció ese día.

Aquel 6 de septiembre cayó en sábado y yo, interno de quinto bachillerato del Gimnasio Moderno, salí del colegio, y aficionado desde entonces al cine me fui al Teatro Apolo, calle 17, arriba de la Carrera Séptima. Entré a la función matiné y a la mitad de la cinta sentí un calor intenso, raro en la gélida Bogotá. La función se suspendió y al ganar la calle me enteré de que la sede de la Dirección Liberal, lindero sur del teatro, ardía en llamas.

Vi aterrado las columnas de fuego y echaba de ver a los bomberos, que no aparecían. Dos cuadras al sur, en simultánea, ardía el edificio de El Tiempo y más arriba el de El Espectador.

Los incendiarios, que mostraban una dirección superior, gritaban vivas al partido de gobierno, y alguno de ellos ordenó que la turba se dirigiera a las residencias de Alfonso López Pumarejo y Carlos Lleras Restrepo, ambos miembros de la directiva liberal.

Cuando amigos de López le rogaron que abandonara su casa de la calle 24, se negó con el argumento de que su vecino era Roberto Urdaneta Arbeláez, presidente por la licencia del titular Laureano Gómez, y que por estar allí el Batallón Guardia Presidencial nada le pasaría. Se equivocó, porque los soldados nada hicieron para protegerlo y la casa fue consumida por el fuego.

Cuando los criminales marcharon hacia la casa de Lleras, este tuvo que evacuar a una treintena de chicos que celebraban el cumpleaños de María Inés, su hija menor. El valiente líder no quiso escapar y se quedó con Néstor Hernando Parra y otro amigo, que estaban de visita.
Lleras y los dos copartidarios se situaron en la mansarda de la casa y lograron contener a los bandidos hasta agotar la munición de sus revólveres. Lleras pudo saltar la pared medianera y refugiarse en casa vecina, y de allí en el baúl de un automóvil, a la embajada de Venezuela. Luego fue a la de México, que le concedió asilo político, y a los pocos días salió del país.

Supe para vergüenza del partido que pretendió convertir a Colombia en una dictadura similar a la de Franco en España o a la de Oliveira Salazar en Portugal, que cuando Lleras llamó al alcalde de Bogotá Rafael Briceño Pardo para comunicarle el incendio de la Dirección Liberal y la ausencia de los bomberos, el funcionario le comentó que estaban “acuartelados” por orden superior. Y el presidente Urdaneta dijo en discurso que por estar fuera de Bogotá no se había enterado de los desmanes de sus correligionarios.

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