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Agricultura contemporánea

El petróleo, cuyo precio fluctúa en forma dramática, hace inestable el peso: hay que diversificar el comercio, pero el país sigue sumergido en el pasado;...

20 de septiembre de 2022 Por: Gustavo Moreno Montalvo

En los últimos dos siglos ha habido cambios tecnológicos de trascendencia en la agricultura para alimentar a mucha más gente. Se anotan el tractor, el arado moderno, las cosechadoras, los sistemas de hilado para el algodón, la posibilidad de conservar el frío, y los sistemas de riego. Los avances desde la posguerra incluyen las semillas de alta productividad, que hicieron posible la revolución verde en los años 60 del siglo pasado y el fin de las grandes hambrunas, la agricultura de precisión, que especifica usos y prácticas para cada sitio, y las herramientas para controlar procesos automatizados. Todo esto implica cambios de importancia. La mano de obra tradicional, entregada a tareas físicas repetitivas desde el amanecer hasta el anochecer para producir con qué alimentarse y acumular excedentes para el sostenimiento del resto de la sociedad, tiende a la obsolescencia en el nuevo contexto.

En los países desarrollados se aprovechan de manera eficiente tierra, capital y trabajo; la proporción de trabajadores en actividades agrícolas es inferior a 2 % del empleo total. Las empresas agroindustriales pueden tener papel preponderante en los impuestos y en la economía locales, y la remuneración al trabajo en los diversos eslabones de las cadenas de valor de esas empresas suele ser mayor que la prevalente en el sitio. De estas circunstancias se desprenden responsabilidades sociales que no cuestan dinero: obligan a las empresas al compromiso político con la comunidad.

En la Colombia urbana todavía se usa como referente el modelo tradicional del campesino: se enuncia como propósito social su preservación, y se asocia el uso apropiado de la tierra a la redistribución en pequeñas parcelas. La opinión citadina no tiene en cuenta que muchos habitantes del campo preferirían la vida urbana, con acceso a servicios de salud y educación, y que aproximadamente 5 millones de hectáreas en el país se dedican a ganadería extensiva, pese a tener vocación agrícola, por inseguridad. La productividad no siempre responde a la asignación de derechos de propiedad, y la unidad mínima de explotación con resultado económico positivo en la economía globalizada es cada día mayor en los cultivos no diferenciados, como la mayoría de los granos. En contraste, las parcelas pequeñas siguen vigentes en cultivos de altísimo valor agregado, como la uva para vino en las latitudes templadas, que requieren aplicar mucho conocimiento.

Hay consenso sobre la importancia de hacer vías terciarias adecuadas para facilitar el transporte, y de promover soluciones solidarias para comercializar y para acceder a maquinaria, pero no se ha entendido la necesidad de aprovechar la producción agrícola para ampliar la canasta exportadora con los beneficios de transformación industrial en el lugar del cultivo o mediante la producción de frutas y verduras frescas cuyo precio permita transporte en avión a las grandes metrópolis del mundo.

El petróleo, cuyo precio fluctúa en forma dramática, hace inestable el peso: hay que diversificar el comercio, pero el país sigue sumergido en el pasado; el gobierno, incluso, propone la autosuficiencia alimentaria, con costos enormes. En contraste, habría más alimentación con producción nacional como consecuencia de tener agricultura moderna y eficiente, con foco en el aprovechamiento de ventajas comparativas relativas de cada región. Hay que pensar en grande.