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Peleando el cobre

Gracias a esas distorsiones de la vida moderna, esta semana la noticia no fueron las noticias sino los periodistas.

16 de febrero de 2020 Por: Gustavo Gómez Córdoba

Gracias a esas distorsiones de la vida moderna, esta semana la noticia no fueron las noticias sino los periodistas. Si se derramara en el Caribe la tinta usada en opinar sobre el enfrentamiento de Vicky Dávila y Hassan Nassar, habría que rebautizarlo como el Nuevo Mar Negro.

La ligereza en que vivimos obliga a tomar partido y determinar quién ganó y quién perdió, cuando lo cierto es que ambos perdieron. No era, entre otras, una competencia de talentos, ni una detestable riña de gallos. Las dimensiones se deformaron tanto, que hasta comenzamos a olvidar que se trataba de una entrevista.

Las entrevistas no son escenarios de duelo o de agresiva defensa del honor. Las entrevistas son conversaciones que sostienen los periodistas con otras personas para saber, conocer opiniones o establecer hechos. Y en ningún manual del oficio se sugiere que una de sus características fundamentales sea la sangre corriendo entre las piernas de los participantes.

Jorge Espinosa, colega de altas calidades, dijo al día siguiente en redes (donde ahora habla la gente) que “ayer murió un poco el periodismo”, en respetable manifestación de su decepción. Félix de Bedout, una vez asentada la polvareda, trinó: “Ninguna entrevista acaba con el periodismo en ningún lado. Hay que bajarle a la hipérbole en el análisis. Mucho golpe de pecho fariseo”. Quede claro que citarlos a los dos en el mismo párrafo no indica que este le contestaba a aquel. Mucho menos que De Bedout declarara como fariseo al siempre sincero Espinosa, a quien uno puede calificar de muchas maneras, excepto con palabras como “peludo”.

Si fuéramos a creer a pie juntillas lo que circula en redes sociales, habría que llegar a la triste conclusión de que cuando los periodistas pelean la gente experimenta una suerte de placer. Y sí, pero tal vez no se trate de una especial inquina por el periodismo y quienes lo ejercen. La verdad es que la pelea es deporte nacional y produce el mismo gusto practicarlo que asistir a él como espectador. En el ring o en la gradería se disfruta igual.

Recuerdo a un empresario caleño, a quien cuando le pregunté por su carácter muy templado, dijo que he debido conocer a su papá para entender qué son los modos de alto voltaje. Un día, me contó, su papá iba camino al aeropuerto cuando vio a dos taxistas atendiéndose a los puños. Mandó entonces a parar el vehículo y, mientras se remangaba la camisa, les dijo: “¿Esta pelea es asunto privado o uno puede participar?”.
Muchos de los lectores vallunos saben perfectamente de quién estoy hablando y, si no, entienden que la riña es parte esencial de los códigos genéticos con que la naturaleza ensambla a los colombianos.

No por otra cosa hizo carrera, como nombre de un espacio periodístico y canción en la voz de la Niña Emilia, aquello de ‘la pelea es peleando’. Está por verse, al menos en el caso de Dávila y Nassar, si se trató de una pelea aislada (de la razón) o si es apenas el comienzo de una larga temporada de encuentros como los que suelen sostener los púgiles profesionales cuando se les reta por su título.

Lo sabremos pronto: todo ardoroso encuentro cuenta con la respectiva campaña publicitaria. Y cuestan mucho. De hecho, a veces la notoriedad cuesta la respetabilidad. Enorme precio para los periodistas, a quienes mueve la búsqueda de la verdad y no de la palabra precisa para causar daño.

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Ultimátum
. Adiós. Como decía el gran Gustavo Cerati, ¡gracias totales!

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