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El poder y los genes

Lo usual en las sociedades humanas es que quienes detentan el poder intenten preservarlo más allá de su existencia física a través de su descendencia.

27 de noviembre de 2020 Por: Gustavo Duncan

Lo usual en las sociedades humanas es que quienes detentan el poder intenten preservarlo más allá de su existencia física a través de su descendencia. Es como si el impulso biológico de imponer sus genes en la competencia evolutiva se extendiera al campo no de la supervivencia de la especie sino de la ascendencia sobre la especie.

A faraones, reyes, califas, zares, etc., siempre les ha costado resistirse a la tentación de preservarse en el poder mediante la transmisión de sus genes. Los periodos históricos de China se conocen como dinastías,
Europa fue gobernada durante siglos por Borbones y Habsburgos (quisieron incluso que uno de ellos se convirtiera en emperador de México) y, más recientemente, cuando se suponía que con la modernidad el nexo biológico no debía interferir en la decisión de quien gobierna, se encuentran dictaduras comunistas que funcionan como dinastías. La Cuba de los Castro y la Corea del Norte de Kim Il-Sung son parodias monárquicas del comunismo soviético. Y el comunismo soviético, aunque no era de linajes, estaba plagado de camarillas que se reproducían generacionalmente.

La democracia, al menos, trata de corregir el impulso biológico del poder. Las elecciones libres y periódicas son un obstáculo para que la siguiente generación pueda reemplazar a sus padres al mando de la sociedad. Pero ni aun así, con la rotación en el poder a través de los votos, es posible frenar del todo el impulso político de los genes. Los Kennedy y los Bush fueron dinastías en Estados Unidos y los Clinton trataron de repetir en el cuerpo de su señora.

En Colombia existe la sensación que es un país que lo gobiernan las familias de siempre. Era una sensación aún más acentuada hace algunas décadas, cuando miembros de ciertas familias pertenecientes a un círculo social bogotano ocupaban no solo la presidencia sino que se rotaban los principales cargos públicos. Los Lleras, los Gómez, los Pastrana, los Santos, los López, etc., hacían parecer que el poder era una cuestión de clubes sociales. Sin duda, la política era más rica, muchos políticos de provincia como Belisario Betancur o de base como Turbay se hacían un espacio en la definición de los más altos cargos del poder nacional. Pero la reproducción en el poder de una serie de genes afortunados era notoria.

Ahora pareciera desplomarse la ascendencia sobre el sistema de los genes de los linajes bogotanos. Ya no copan los altos cargos del Estado. No obstante, la evolución, el modo de Darwin persiste. Los nuevos líderes que arrebatan el control de la política nacional a las familias de siempre, los mismos que hicieron implosionar la primacía de los partidos tradicionales, no disimulan su proclividad a reproducir sus genes en el poder.

Petro lanzó a su hijo a la gobernación del Atlántico, sin mayor trayectoria política y sin ningún tipo de consideración por los miembros de su partido que se han fraguado una carrera política a su lado. Mockus en su momento no tuvo reparos, a lo Bill Clinton, en catapultar la carrera política de su esposa por encima del resto de visionarios con mucha mejor formación y esfuerzo en las campañas pasadas. Y ahora es el propio Uribe quien juega con la idea de proyectar a su hijo como potencial candidato presidencial, venido literalmente de la nada en cuanto al trabajo político. Debe ser muy frustrante para quienes hacían la fila en el Centro Democrático.

Sigue en Twitter @gusduncan