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Una mano al ‘chamo’

Hace solo cuatro años los extranjeros en el país no pasaban de 140.000. Colombia históricamente nunca ha sido un país amigable con el migrante.

12 de diciembre de 2018 Por: Gerardo Quintero

Hace solo cuatro años los extranjeros en el país no pasaban de 140.000. Colombia históricamente nunca ha sido un país amigable con el migrante. A diferencia de varios países americanos, siempre cerró sus puertas. La falta de intercambio cultural sin duda contribuyó a que los procesos de industrialización y conocimiento se hicieran lentos. El conservadurismo que predominó por años impidió que el país tuviera dinámicas de integración de ciudadanos españoles, portugueses, italianos, alemanes, chinos o japoneses como las que se produjeron en Brasil, Venezuela, México y Argentina, por citar algunas naciones. Valga decir que hasta hace poco estuvo vigente una ley que prohibía darle trabajo a ciudadanos chinos.

Ese espíritu de cerrar las puertas, de no mirar más allá de las fronteras y vivir dentro de una concha perduró por muchas décadas. En el Siglo XX, Colombia todavía vivía en la centuria anterior. También ha sido un país expulsor, gente que sale a buscar su fortuna en un territorio ajeno porque aquí no se les dieron las condiciones para progresar.

En los años 60 y 70 del siglo pasado se produjo la gran oleada hacia Estados Unidos. También con el boom petrolero más de un millón de colombianos se fueron a Venezuela, miles de caleños entre ellos. Un amigo cercano, Héctor Borrero, fue a ese país a buscar los sueños que aquí no prosperaron. Cuando por esta época volvía a visitar a su familia, sus historias de lucha yo las escuchaba cuando iba a la visita obligada con mi abuelo Liborio Tello.

Pues bien, hoy nos correspondió a los colombianos ser receptores de miles de venezolanos que azotados por el régimen de Nicolás Maduro huyen de un país lleno de petróleo, pero sin un pan en las tiendas. Todos hemos sido testigos de sus dramas en los semáforos, sus correrías eternas buscando el sur del país para pasar fronteras, los tugurios que han formado en cercanías de la terminal.

No es una situación particular de Cali. Recientemente estuve en La Guajira y fui testigo del mismo drama en Riohacha, en Maicao, pero a diferencia de Cali, estas son ciudades más pobres y pequeñas. Lo complejo es comenzar a palpar la xenofobia, las palabras de odio hacia esas personas que al igual que miles de compatriotas, tuvieron que irse en algún momento a rebuscarse en un país ajeno.

La migración de venezolanos es una realidad y aunque es cierto que no estábamos preparados, hay que hacer el gran esfuerzo por ayudar, por contribuir a que sus penurias no sean más terribles de lo que ya son. Los medios de comunicación y sus periodistas son los primeros llamados a atenuar su discurso. He escuchado palabras terribles desde esa esquina que no se compadece con la sensibilidad que este oficio exige.

Los venezolanos que han llegado merecen una oportunidad para recomenzar. Como en todo éxodo, habrá buenos y malos. Pero estoy seguro que son más los decentes que quieren luchar. Como hermanos es hora de tenderles la mano y brindarles una ayuda. Como dice el tango, nobleza obliga.

Sigue en Twitter @Gerardoquinte

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