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Pensamiento regional

En Colombia se ha venido logrando desde mediados del Siglo XX una cobertura casi total en la escuela primaria y secundaria, pero no así en la calidad educativa.

23 de diciembre de 2022 Por: Fernando Cepeda Ulloa

Desde hace un buen tiempo he tenido la creencia de que es indispensable que las regiones de Colombia cuenten con centros de pensamiento que contribuyan con sus investigaciones a la formulación de políticas públicas.

Es evidente que la desigualdad en diferentes manifestaciones del desarrollo económico, social y político entre las regiones colombianas, es resultado entre otras razones de la ausencia de información creíble y, luego, de la inexistencia de proyectos que contribuyen a una elaboración más equitativa de las políticas públicas.

Una reciente investigación del rector de la Universidad del Norte (no sé a qué horas le queda tiempo para realizar este tipo de trabajos) y de su asistente doña Ángela Granger Serrano, titulada ‘Radiografía de la formación de capital humano en el Caribe colombiano’, ilustra muy bien lo que ha sido esta carencia en un caso muy concreto y relevante como es la calidad de la educación en todos sus niveles. Ellos examinan el nivel de primaria y secundaria para llegar a una conclusión dramática.

En Colombia se ha venido logrando desde mediados del Siglo XX una cobertura casi total en la escuela primaria y secundaria, pero no así en la calidad educativa. Traen comparaciones con los países de la Ocde que lo dejan a uno perplejo. Muchos de los mejores estudiantes en Colombia, México y Chile quedarían entre los peores estudiantes en países como Japón y Corea.

Los estudiantes de la periferia del país, Caribe, Pacífico, Amazonas y Orinoquía, reciben educación de menor calidad que los del centro del país. Los autores afirman que las brechas en educación, pobreza y salud no están disminuyendo, sino que algunas de ellas se están ampliando. Datos fundamentales para el nuevo Ministerio de la Igualdad, que tendrá que sustituir la ausencia de centros de pensamiento regional con estudios como el que estamos mirando.

Estudiantes cuyas familias se han visto desplazadas a Bogotá, por ejemplo, tienen que sufrir castigo, producto de la incomprensión de los directivos de los colegios a los cuales ingresan, porque están en grave desigualdad y así no pueden rendir lo mismo que sus compañeros. Una situación que debe ser corregida por los colegios citadinos y no por el estudiante o su familia porque se sabe de la precariedad con la cual cargan.

Hay un rezago en la formación de los profesores, en la dotación de los colegios y en su infraestructura. La escolarización sin calidad, concluyen Meisel y Granger, “tiene posibilidades limitadas para lograr la movilidad social”. Y por eso son tan contundentes en afirmar que “invertir en el capital humano de la periferia colombiana es la mejor política de desarrollo regional...”, y así plantean que el grito reivindicatorio debe ser “educación de buena calidad para todos”.

El Ministerio de la Igualdad tiene clara prioridad si nos atenemos a lo que dicen los expertos. Buscar y ojalá lograr, más pronto que tarde, la calidad de la educación en la periferia geográfica colombiana y en la periferia de los centros urbanos es una tarea formidable, pero viable si se cuenta con la experticia de los educadores y de los centros universitarios. La tecnología permite compartir la excelencia en el sector académico.
Urgente superar la brecha que existe con las periferias para aprender las lecciones que dejó la pandemia.

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