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Fracturas

El disenso en una sociedad política forma parte del consenso sobre los temas fundamentales y así se construye una democracia. Pero hay disensos que ponen en juego su gobernabilidad y hasta su existencia.

11 de agosto de 2017 Por: Fernando Cepeda Ulloa

El disenso en una sociedad política forma parte del consenso sobre los temas fundamentales y así se construye una democracia. Pero hay disensos que ponen en juego su gobernabilidad y hasta su existencia.

Por ejemplo, los desacuerdos sobre centralismo político, económico y administrativo pueden llevar a tendencias separatistas como ocurre en España y otros países europeos. Es cuestión muy delicada. Por ello, hay que hacer un esfuerzo diario para preservar el tejido político y social que mantiene unida a una sociedad, no obstante la diversidad que pueda caracterizarla. Religión, idioma, asuntos relacionados con la identidad y lo que tiene que ver con un desarrollo equitativo son unos de los factores que históricamente dan lugar a rupturas, crean tensiones que a veces llegan a niveles críticos. Es el caso de Quebec en Canadá.

Venezuela, Colombia, Ecuador, a pesar de sus similitudes, no lograron mantener el concepto de unidad nacional. Y lo propio ocurrió con Panamá.

¿Cómo está Colombia en esta materia? Se ha producido ruptura del consenso con respecto a una cuestión fundamental, la relacionada con el Acuerdo de Paz. No se trata de una valoración subjetiva. Dos procesos electorales han señalado que el país está dividido: la primera vuelta de la elección presidencial de 2014 cuando triunfó Óscar Iván Zuluaga, del Centro Democrático, y el plebiscito del 2 de octubre que otorgó una victoria marginal a los partidarios del No, también encabezados por el Centro Democrático.

No es tema menor. Es una fractura que afecta la vida cotidiana y el proceso electoral en marcha y lo que unos y otros pueden esperar del candidato que resulte victorioso en las elecciones de 2018. La incertidumbre está alcanzando niveles insospechados, que tendrían consecuencias deplorables.

Ojalá se recuperara el consenso, por lo menos uno mínimo con respecto a esta dimensión tan relevante para la vida política. Si este consenso existiera hoy, el panorama sería muy diferente, habría mayor optimismo y las posibilidades de aprovechar las ventajas de un país sin la presencia armada de un grupo como las Farc estarían generando enorme dinamismo.

He venido observando el surgimiento de otras fracturas que son indeseables. La mega-corrupción (para mí, crimen organizado) está reviviendo viejas tensiones y resentimientos entre la provincia colombiana y el centro; entre la costa Atlántica o Pacífica y Bogotá; entre Antioquia, Valle, Cauca, Nariño y Bogotá; entre lo que llamábamos territorios y Bogotá; y así, con respecto a otros departamentos.

Se escucha que en el Congreso de la República, algunos o muchos sienten que cuando se trata de castigar a los involucrados en comportamientos corruptos, se obra con rapidez y mucha dureza con los congresistas de provincia, hoy calificados como ‘Ñoños’, Musas o Bulas, o como corronchos. Pero que el tratamiento es muy diferente y muy condescendiente cuando se trata de personas de la capital o con vínculos estrechos con la élite política, económica y social bogotana.

Es un sentimiento o un resentimiento que sintetiza un conjunto de actitudes centenarias, que no contribuyen a una auténtica unidad de nuestra sociedad política. Y eso se predica también cuando se nombran ministros o magistrados, o se hacen asignaciones presupuestales.

Esas percepciones no deberían encontrar sustento. Hay que ser cautelosos en preservar una patria común, sin discriminar ni estigmatizar.

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