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Óscar López Pulecio

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El tiempo de Botero

Mejores sus pinturas de hace cuarenta años, de las cuales las del Museo Nacional y el Museo Botero en Bogotá son muestra extraordinaria.

30 de septiembre de 2023 Por: Óscar López Pulecio

Claude Monet, casi ciego, de más de ochenta años, pintó Los Nenúfares, en formato monumental, para la Orangerie, en París. Un espectáculo de belleza incomparable porque es la pintura como totalidad, independiente del tema, pero ligada a él, porque es un mundo creado por el juego de la luz sobre las cosas.

El trabajo de un semidiós. Paul Cézanne, quien llevó una vida introvertida, aislada, neurótica, en sus años finales pintó los cuadros que iban a crear un puente entre el Impresionismo y el arte moderno. Sus paisajes se fueron convirtiendo en esquemas geométricos como revelando la estructura misma de los cielos y las montañas. De esa obra final, muere a los 67 años, surgiría el Cubismo y toda la descomposición de lo real que marcaría la pintura en el Siglo XX.

Pierre-Auguste Renoir pinta hasta sus últimos días, muere de 78 años, esos cuadros luminosos, llenos de mujeres de pieles espléndidas que son como la eterna primavera de la juventud y el placer. Une en su vejez la tradición del clasicismo que venía de Ingres con la estela radiante del impresionismo.

Pero el desafío más grande contra el tiempo es el de Pablo Picasso, quien crea hasta su último día, a los 92 años, y no deja de ser por un segundo un innovador, un explorador de técnicas y materiales, con tal imaginación y tanta genialidad que lo vuelven contemporáneo de los artistas plásticos de hoy. Un rey Midas que todo lo que tocaba lo volvía arte. No fue el caso de Fernando Botero.

El paso del tiempo no fue afortunado para la obra de Botero. Desde sus orígenes estuvo a contracorriente de la modernidad por su arraigo al figurativismo, a una especie de pop-art latinoamericano, apolítico, reiterativo.

Sin embargo, llegó a los escenarios internacionales en los años setenta con la frescura del tema de la parroquia colombiana; y el manejo del color en grandes volúmenes, que lo unían igualmente con el paisajismo primitivista y el renacimiento italiano. Cuadros de gran formato con figuras enormes que creaban volúmenes luminosos y un manejo maestro del color al cual quedaba subordinado el diseño, que era una negación intencionada de la perspectiva y por supuesto, la anécdota misma, que aportaba una visión burlesca del establecimiento nacional. Fue una fórmula exitosa que traspasó a sus esculturas y se repitió hasta el agotamiento con pequeñas variaciones a lo largo de los años, impulsada por el éxito comercial internacional.

Ya en su vejez, sus series sobre las atrocidades de la prisión Abu Ghraib en Irak, la violencia en Colombia y el Viacrucis, cerca de la caricatura, privilegian la anécdota sobre el volumen y la composición sobre el color. El resultado es la acentuación de su anacronismo.

Cuadros en serie que podrían haberse hecho con inteligencia artificial. Y el mismo rostro inexpresivo de ojos y bocas diminutas que se repite hasta la náusea. En esos cuadros ya no hay volumen, sino monumentalidad, el color es plano y la simplicidad de la composición pone en evidencia las limitaciones del artista como dibujante. Mejores sus pinturas de hace cuarenta años, de las cuales las del Museo Nacional y el Museo Botero en Bogotá son muestra extraordinaria. Y espléndida su generosidad al donar a Bogotá su extraordinaria colección particular de grandes maestros. Muere en olor a santidad, con entierro de prócer. Debería ser recordado por lo que hizo en su madurez, el tiempo de Botero, pues su vejez no fue grata para el arte.

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