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El lujo de lo normal

Días sin bloqueos ni noticias que desordenen los planes o los sueños. Un lugar en el que la seguridad se respira, no se mendiga.

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Álvaro Benedetti
Álvaro Benedetti | Foto: El País

13 de oct de 2025, 12:34 a. m.

Actualizado el 13 de oct de 2025, 12:34 a. m.

Llega un momento en la vida en que uno comprende lo que ocurre más allá de la inocencia, cuando las preguntas pesan y las certezas pierden brillo. Al mirar espejos cercanos, me descubrí pensando en algo que podía parecer extraño, casi excéntrico, vivir en un país aburrido, de esos en que nada merece portada y los noticieros hablan de obras retrasadas o debates largos y civilizados.

Con los años imaginaba una vida predecible, en un entorno tranquilo y armónico. Días sin bloqueos ni noticias que desordenen los planes o los sueños. Un lugar en el que la seguridad se respira, no se mendiga. No al extremo de vivir sin sobresaltos —ninguna sociedad está exenta de accidentes, conflictos o bandidos—, pero sí donde lo extraordinario fuese, simplemente, preguntarse si lloverá el fin de semana.

Solía idealizar una cultura sin atajos, en la que las reglas se asumen, la fila se respeta, el mérito se reconoce, el contrato obliga y la palabra basta. Un entorno donde el ingenio se mida por la constancia, no por la trampa, y no haga falta ‘avisparse’ para sobrevivir, porque lo normal —cumplir, confiar, respetar— es suficiente. Ser amables y auténticos, sin que eso se confunda con ingenuidad, también hace parte de ese anhelo.

Desde lo que hago he proyectado un país en el que los líderes no vivan enfrascados en la mezquindad, la política no suene a revancha, sino a propósito, a proyecto común, resolver importe más que señalar, los acuerdos no se vean como rendiciones y el desacuerdo no se sienta como una Guerra Fría entre compatriotas cansados, a veces delirantes.

En mi rol de padre me ha costado hallar palabras para explicarle a mis hijas lo inexplicable, esa violencia que se cuela sin pedir permiso, que golpea en las calles, en las miradas, en el silencio. Me duele que hayan tenido que aprender tan pronto a desconfiar, a medir los pasos. Aun así, en este mundo descuadernado, por momentos teñido de amarillo, intento darles razones para creer.

Pensaba en una vida que pudiera planearse sin miedo, en salir a la calle con la calma de llegar bien y a tiempo. En esos rincones del mundo, como tantos vistos en el cine o al viajar, donde la noticia del día es la apertura de una biblioteca o un parque. Esa rutina, tan simple, tan pasmosa, es el verdadero signo de que las cosas funcionan.

Tal vez pida demasiado, pero sueño con un país donde la gente no viva entre la resignación y la fuga. Duele ver que quienes desean irse suelen ser los mismos que podrían cambiar las cosas, los preparados y los que aún creen. Bienvenidos si así lo deciden, la vida es corta, pero esa fuga silenciosa o paciencia disfrazada de conformismo pesa más de lo que parece.

No fantaseaba con un paraíso. Era, quizás, la serenidad de lo cotidiano. ¿Y usted, lo ha ansiado alguna vez? Quizás algún día comprendamos que la verdadera transformación no se anuncia con gestas ni discursos, sino con el gesto sereno de quienes deciden que lo normal ya no puede ser un lujo. Tal vez empiece ahí, o en algo tan sencillo y poderoso como saber dónde trazar la X en el tarjetón.

Claridades: Qué brillante es el profesor Mauricio Gaona. W Radio lo puso en el radar nacional, y en días recientes su ponencia en la cumbre de Fenalco fue excepcional. Habló de la “amalgama democrática”, ese disfraz que adoptan los autoritarismos cuando quieren parecer repúblicas. Me quedo con una de sus frases: “La honorabilidad del Estado no reposa en las leyes, sino en quienes las hacen cumplir”.

@bac.consulting

Consultor internacional, estructurador de proyectos y líder de la firma BAC Consulting. Analista político, profesor universitario.

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