La evolución gastronómica
La gastronomía en nuestro medio es una de las actividades cotidianas donde más se percibe la globalización.
La gastronomía en nuestro medio es una de las actividades cotidianas donde más se percibe la globalización.
No es fácil explicarle a un muchacho de hoy que en nuestra infancia la ensalada de papa era plato destacado. Que no era raro verla acompañando un arroz con pollo y a nadie se le ocurría criticar la conjunción de harinas.
La comida no la clasificábamos, la disfrutábamos. Pero más increíble para ellos es que los pulpos y calamares vinieron a hacer parte de nuestra vida madura, junto con el sushi, el jengibre, los carpaccios, los tartare (distintos al steak tartare), los sashimi o el tataki de atún.
La explotación del mar facilitó la entrada de la paella, la cual ha llegado con variaciones insospechadas, como la de Germán Montoya que en homenaje a su natal Antioquia, reemplazó los mariscos y el conejo por morcillas y chicharrones y no adorna con langostinos sino con ollucos que rodean un huevo frito gigante. Desafiante pero exitoso.
Pasamos en muy pocos años del queso campesino, cuajada y del costeño para hacer pandebonos a aquellos como el gruyère lleno de huecos, del que sólo leíamos en cuentos, o a aquellos de olor penetrante, entonces intratables como el camembert y el roquefort.
El mondongo se volvió callos a la madrileña; la lengua se sofisticó y se volvió carpaccio. La pechuga de pato se llamó magret; la terrible sopa de cuscús se quedó sin caldo y acompaña rica comida árabe; desapareció la espantosa torta de sesos (si fuera de sexos hubiera tenido mejor suerte) y la mortadela en buena hora cayó en desgracia.
¿Que si extraño montañeradas de entonces? Sí, añoro el banano con el sancocho; el huevo cocido en la carne molida; la leche condensada sobre la gelatina royal; los sellos de manjarblanco en la mitad de un pandeyuca; la leche con cuca (la cuca hasta sola) y el jugo de badea.
Pero más extraño las conversaciones en la mesa, donde nadie tenía su propio celular y el tema liderado por mi padre era el triunfo del Deportivo Cali y una arenga de Pardo Llada.
Jamás se hablaba mal de nadie, bueno, tal vez con excepción de la señora que hacía la sopa de cuscús o la torta de sesos, quien desapareció con su ‘cocinao’.