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El manoseo del perdón

No creo en el perdón de la mayoría de los guerrilleros que mejoraron su estatus y hoy son senadores. Cada que piden perdón no siento congruencia ni en su mirada, ni en su voz...

17 de febrero de 2023 Por: Eduardo José Victoria Ruiz

Tengo un concepto tan alto del perdón que me aterra la manipulación de tan particular acción. Cuando es sincero y es parte de un proceso racional y no simplemente emocional, el perdón lava el alma de quien perdona pues le sacude el rencor causado por la mala acción del otro.
Por eso, lo ideal es que este, el generador de la pena, haya mostrado arrepentimiento franco y lo que la iglesia católica, llama “propósito de enmienda”, entendida como el compromiso vehemente de no volver a causar mal semejante o a practicar hábitos ofensivos y lacerantes. Pero precisamente por esas condiciones que se requieren para que el perdón sea autentico, es que me duele que tan noble sentimiento esté pisoteado permanentemente.

No creo en el perdón de la mayoría de los guerrilleros que mejoraron su estatus y hoy son senadores. Cada que piden perdón no siento congruencia ni en su mirada, ni en su voz, ni en la restauración moral y material a las víctimas. Los percibo cínicos y ansiosos de la foto con las familias de los campesinos masacrados o de los soldados torturados.
No creo en el perdón de quienes lo hacen sin haber recuperado a su hijo secuestrado o sin recibir el cuerpo de su pariente asesinado. ¿Cómo perdonar a los secuestradores o a los asesinos sin haber percibido de ellos un ápice de misericordia?

No creo en el perdón en medio de las negociaciones como las que se tramitan en el gobierno, de aquellas que se lanzan viralmente desde el helicóptero del populismo, a cambio de mínimos años de cárcel y a cambio de disfrutar en poco tiempo de parte de la fortuna construida sobre sangre derramada, extorsión u otros crímenes.

No creo en el perdón de las instituciones ni de los colectivos. No creo que se arrepienta un general de la Policía por crímenes cometidos por sus antecesores hace varias décadas. No creo que el guerrillero que considera que fue un error masacrar a los magistrados del Palacio de Justicia, esté pidiendo perdón. No creo en el perdón de la iglesia católica sobre tantos daños causados por sacerdotes pederastas. Les creeré cuando vea las sanciones ejemplarizantes de condenar y encarcelar cardenales, obispos y párrocos que cometieron o permitieron el abuso de niños. No le creo a las culpas colectivas.

Hay casos excepcionales que son ejemplares y esta sociedad necesita muchos de esos para sanar. Hace unos días, por ejemplo, vi un militar retirado confesando unos falsos positivos y al pedir perdón devolvió las condecoraciones por ser inmerecidamente ganadas. No nos dejemos manipular por la expresión del perdón. Es una acción demasiado noble para merecer arrastrarla como una herramienta de marketing para suavizar las sanciones de los adoloridos.

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