El pais
SUSCRÍBETE
Fue construida por los Heraldos del Evangelio a quienes se les conoce popularmente como Caballeros de la Virgen. Foto: Semana.

Columnistas

Dolor sanador

Los limpios que viven en la verdad y luchan por la fidelidad y la autenticidad de los valores, sufren los desastres de la soledad, la violencia y el desamparo que no termina.

4 de febrero de 2024 Por: Arquidiócesis de Cali

*Germán Martínez Rodas, vicario Episcopal de Educación

Todo dolor es un anuncio de la gracia liberadora de Cristo, así lo predice el anciano Simeón a María de Nazaret: “Mira: este está puesto para que todos en Israel caigan o se levanten; será una bandera discutida, mientras que a ti una espada te traspasará el corazón” (Lucas 2, 34-35). Sufrir es propio de nuestra condición limitada, finita, caduca. Los valientes y honestos que confrontan a los poderosos y se levantan contra toda ideología y todo abuso establecido, acaban torturados y eliminados.

Los pobres que luchan por la justicia y se enfrentan a explotadores y abusadores del poder, padecen soledad y violencia que nunca acaba. Los limpios que viven en la verdad y luchan por la fidelidad y la autenticidad de los valores, sufren los desastres de la soledad, la violencia y el desamparo que no termina.

Los limitados y maltratados que deciden afrontar sus traumas, sufren vergüenzas, incomprensiones y depresiones sin medida. No saber sufrir es incapacidad para entender la condición limitada de la existencia humana y es incomprensión de la esencia superadora, propia de nuestra conciencia natural.

Buscar el dolor por el dolor es enfermizo, lo llaman masoquismo los que saben de psicología. El dolor, asumido sin fe, aniquila; el dolor, leído desde la fe, purifica. Siempre tendremos la porción de dolor que nos lleva hasta el misterio de soledad en el abismo insondable de Dios.

Jesús de Nazaret aportó al dolor el signo de la misericordia: “Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios” (Marcos 1, 34). Dice el evangelio que hoy se proclama en los templos.

Desde Jesús de Nazaret, “el siervo sufriente”, “el justo sufriente”, Dios asumió todo dolor y todo sufrimiento, terminó siendo víctima de la humanidad antes que imponerse desde arriba y dominar pisoteando la libertad humana.

Jesús de Nazaret, plena manifestación de Dios, resucitó, es decir, venció todo mal, todo dolor, toda muerte. Jesús de Nazaret, radicalmente identificado con la limitación existencial humana y plenamente unido con Dios, se liberó de los límites existenciales, incluida la muerte, y por eso puede liberar de esos límites a quienes unidos a él aceptan su camino de entrega, de muerte y de resurrección.

Una letanía de contradicciones aparentes es el cristianismo: perderse para ganarse, renunciar a sí mismo para encontrarse, ser el último para ser el primero, dar la vida para recuperarla. El cristianismo es paradójico por esencia, anuncia que podemos hallar en la vida de perdición la salvación actuante, en las tinieblas la luz, en la debilidad, la fuerza. He ahí el mensaje que resonará este domingo quinto del domingo ordinario, cercana ya la Cuaresma que comienza el miércoles de ceniza, febrero 14.

AHORA EN Columnistas