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Carta a Gerardo*

Querido Gerardo: lo primero que te quiero contar es que después de 22 años de tu asesinato, el Estado colombiano se dignó a pedir perdón, aunque no sé muy bien por qué.

3 de octubre de 2019 Por: Diego Martínez Lloreda

Querido Gerardo: lo primero que te quiero contar es que después de 22 años de tu asesinato, el Estado colombiano se dignó a pedir perdón, aunque no sé muy bien por qué.

Tal vez fue por nunca haberte ofrecido una medida de protección, a pesar de la temeridad de tus críticas contra los más peligrosos delincuentes; o por no haber avanzado un milímetro en la investigación de tu asesinato.

O por que, además de esa impunidad flagrante, intentaron revictimizarte, elucubrando con absurdos móviles personales, con el único propósito de desviar la investigación. O por habernos privado de tu inteligencia, tu amistad y de tu humor corrosivo. O simplemente por quedar bien.

Quisiera poder contarte que tu asesinato no fue en vano. Por desgracia no es así. Los flagelos contra los que luchaste en la vida persisten: la corrupción, la ostentación, la hipocresía, el enriquecimiento fácil, la mediocridad, la liviandad, el ‘calibalismo’ y la tibieza endémica de los caleños, que tanto te exasperaba.

Quisiera decirte que la clase política aprendió la lección del Proceso 8.000 y decidió romper con todos los vicios que la ilegitiman. Eso tampoco ocurrió. Después del 8.000 surgió la parapolítica y luego el carrusel de la contratación y después Odebrecht y el cartel de la Toga. Nuestros políticos, en lugar de hacer un acto de contrición y un real propósito de enmienda, procuran sofisticar sus estrategias para que no los pillen en sus latrocinios.

Lo de ahora, querido Gerardo, es el cartel de los contratistas. Cada político con mediano poder tiene sus contratistas de confianza, a los que les hace adjudicar las obras a cambio de una ‘comisión de éxito’ que a veces supera el 50% del valor del contrato. Ni siquiera el Sena, la obra de mi padre que tanto admiraste, se libró de ese asalto.

Por algo, un excongresista que se llama Juan Carlos Martínez-- tranquilo no es pariente--dice que un buen contrato con el Estado deja más utilidad que cualquier cargamento de coca.

Nuestra querida Cali no ha logrado borrar la profunda cicatriz que le dejó el narcotráfico, que tanto repudiaste. Ya no hay grandes carteles; ahora, según la ONU, 180 bandas delincuenciales se disputan el mercado del microtráfico y han sembrado de muerte las calles de Cali. Tan solo en el mes de septiembre hubo 104 homicidios.

Y en política seguimos de tumbo en tumbo. En menos de un mes tendremos elecciones regionales y corremos el peligro de elegir a una persona que ya gobernó la ciudad bajo el nefasto principio del ‘todo vale’. Este personaje, que sin duda tu combatirías a muerte, apenas tiene el respaldo del 30% de los electores. Pero buena parte del 70% restante no se ha notificado del riesgo que corre Cali y ve con indiferencia cómo nos acercamos al precipicio.

A esos indiferentes, apreciado Gerardo, quiero transmitirles una de tus sabias reflexiones, que como casi todas las que hiciste, hoy siguen más vigentes que nunca. “Los indiferentes políticos deben recordar esta horrible verdad: el poder siempre actúa. Desprécienlo pero actúa. Olvídenlo pero destruye”.

Y te robo otra frase sabia para dejársela como corolario a quienes creen que todo está perdido: “Vale la pena luchar por las causas perdidas, basta conocer a los vencedores”. Si la causa aún no está perdida, la motivación para luchar deber ser aún mayor.

* Gerardo Bedoya Borrero fue
asesinado el 20 de marzo de 1997.
El crimen sigue impune.

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