De aquí y de allá

Años luz me separaban políticamente de Miguel Uribe Turbay, pero apreciaba en él su verticalidad como opositor al gobierno del presidente Petro, al que atacaba con virulencia por lo que hace y por lo que no hace. Su expresión corporal y su buen discurso lo hicieron brillar como figura destacada del Centro Democrático, al punto de que llegó a ser el predilecto del jefe supremo, y ya los colombianos lo veíamos como el seguro candidato de esa colectividad. Era el alter ego de Álvaro Uribe, y por eso sus competidores en la puja por la candidatura no lo querían. Pero el índice del expresidente lo señalaba para portar la bandera de esa agrupación de derecha en las elecciones del próximo año.

Su muerte, como a todos, me causó inmensa tristeza, pues como liberal abomino de que se mate a un líder político por defender ideas contrarias.

En mi infancia aprendí que el uso de razón llega a hombres y mujeres a los 7 años, y la Iglesia estima que a esa misma edad, los chicos y chicas tienen capacidad para confirmar su fe católica. A Tuluá cada año llegaba el obispo de Palmira, a cuya diócesis pertenecía mi pueblo amado, para la ceremonia de confirmación.

La ley de Infancia y Adolescencia es una sinfonía de la impunidad. El sicario de 15 años que asesinó al senador Uribe Turbay tenía pleno uso de razón cuando aceptó que una vez cometido el crimen, la banda le pagara 20 millones de pesos. Cuando recibió la pistola Glock, reformada para disparar en ráfaga, el sicario que no conocía a la víctima sabía que había sido contratado para cometer un delito sancionado por el ordenamiento penal colombiano. Con pleno uso de razón apretó el gatillo que dos meses después causaría el fallecimiento del joven político.

Sentí indignación cuando me enteré que, en virtud de la ley citada, el sicario purgaría su atroz conducta con la irrisoria pena de 7 años. Estoy seguro que, a un sujeto de esa naturaleza, no lo resocializa ni el Arcángel Gabriel, ni la sociedad puede esperar nada bueno de quien es capaz, a sabiendas, de ejecutar un crimen como el que causó la muerte del senador Uribe. Pasado ese lapso, lo tendremos en la calle, seguramente cumpliendo un nuevo contrato criminal, y ya no cobrará 20, sino 40 millones, pues al honorario le aplicará corrección monetaria.

Si yo ocupara curul congresional, presentaría un proyecto de ley disponiendo que los menores deben recibir penas iguales que los mayores cuando cometan delitos, como el que se ejecutó el 7 de junio de este año, cuando Miguel Uribe adelantaba su campaña política.

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Me causa tristeza cuando muere uno de los grandes actores del cine, cuyo desempeño seguí desde la primera hasta la última cinta que filmó. El fallecimiento de Robert Redford, de 89 años, deja el recuerdo imperecedero de sus grandes roles protagónicos. Le sobreviven Clint Eastwood, Robert de Niro, Al Pacino, Robert Duvall, Morgan Freeman, y Jack Nicholson, el primero de 95 y los otros mayores de 80.

Redford, aparte de su apostura física, fue una de las destacadas figuras de Hollywood, y son memorables El golpe, Dos hombres y un destino, El Gran Gatsby, Descalzos en el Parque, y África Mía, por las que obtuvo tanto el Óscar de la Academia, como el Bafta.

Con Paul Newman, su amigo del alma, filmó varias cintas. En sus últimos años creó el Sundance Festival para impulsar a los noveles directores de cine a quienes les dio la oportunidad de ser reconocidos en el deslumbrante mundo del Séptimo Arte.