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Conversaciones con San Pedro
Hacer un recuento de lo que fuimos y de lo que hicimos en la vida no es tarea fácil. En mis cuarenta y tantos años de vida, algo que poco a poco he aprendido es que ese inventario no empieza por los títulos, los cargos o los bienes.
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17 de nov de 2025, 01:44 a. m.
Actualizado el 17 de nov de 2025, 01:44 a. m.
Llega fin de año y seguramente, con él, las reflexiones que acompañan los cierres de ciclos. Hacemos balances sobre los logros alcanzados y los pendientes que se postergan. Una de ellas, y para mí la más profunda, es cuando hacemos un balance de nuestras vidas. Seguramente en varias ocasiones nos hemos preguntado qué sucederá cuando no estemos más en este mundo y lleguemos al Cielo. ¿Cómo sería esa conversación con San Pedro en la puerta del Paraíso?
Hacer un recuento de lo que fuimos y de lo que hicimos en la vida no es tarea fácil. En mis cuarenta y tantos años de vida, algo que poco a poco he aprendido es que ese inventario no empieza por los títulos, los cargos o los bienes. Lo que debe medir el éxito de nuestras vidas es lo que realmente pesa: lo esencial.
Entonces, si llegara el momento y para responder a esta pregunta, con profunda gratitud me gustaría decir que fui un hombre privilegiado y rico. No por lo material que tuve, sino por lo que me fue dado vivir. Tuve la fortuna y el privilegio de ser papá de dos niños maravillosos. Manolo y Pablo Agustín me enseñaron que no hay amor más puro y verdadero que el que se profesa por un hijo. Aprendí con ellos que las preocupaciones de adultos son, en gran parte, invenciones de la cabeza; que la vida se resuelve con un abrazo, una carcajada o una mirada de complicidad. Ellos me recordaron que la felicidad, en realidad, siempre estuvo en las cosas más simples.
Fui el hombre más rico porque tuve el regalo de ser hijo de una madre incondicional, que me enseñó a mí y a mis hermanos, con su ejemplo, que los valores y la integridad valen más que cualquier título; mis dos hermanos que han sido mi apoyo y compañeros en este viaje; y dos familias hermosas -los Borrero y los Ángel- que siempre estuvieron ahí cuando más las necesité.
Diré que fui el hombre más rico porque tuve amigos verdaderos, de esos que se convierten en familia sin compartir la sangre. Amigos con los que celebré la vida, con los que lloré derrotas y compartí silencios. Aquellos que estuvieron presentes sin necesidad de estar cerca, que tendieron la mano sin que hiciera falta pedirla. Con ellos aprendí que la amistad es uno de los mayores milagros que nos concede la existencia.
Y fui rico porque tuve el privilegio de conocer paisajes, culturas y sabores que me ampliaron el alma. Cada viaje fue una lección de humildad, un recordatorio de lo pequeños que somos frente a la inmensidad del mundo, y a la vez, de lo afortunados que somos, de poder maravillarnos con él. Viajar me permitió comprender que no se trata de cuántos lugares visitamos, sino de cuántos momentos lograron transformarnos.
Al final, cuando llegue mi día de hablar con San Pedro, le diré que efectivamente fui el hombre más rico del mundo porque tuve aquello que verdaderamente importa. Le confesaré, con una sonrisa serena, que mi verdadero tesoro no fueron los bienes, ni los títulos, sino las personas, los abrazos, las risas y las memorias que llenaron mi alma. Y quizá, con algo de nostalgia, le admitiré que fue solo al hacer este balance y al borde de la eternidad, que comprendí que la verdadera riqueza está en lo que sentimos, en lo que damos y en lo que amamos. Lo otro no me lo pude traer.
Quizá diciembre nos puede servir para recordar que la existencia no se mide por lo que acumulamos, sino por lo que sentimos, lo que damos, lo que amamos y lo que somos capaces de agradecer. Y tal vez ahí esté la única forma de ser verdaderamente ricos.

Economista y MBA con énfasis en negocios internacionales. Exsecretario general de la Gobernación del Valle y Privado de la Alcaldía de Cali. Exdirector del Comité Intergremial y Empresarial del Valle. Actualmente, fortaleciendo la economía solidaria desde el Grupo Coomeva. Hincha del Deportivo Cali. Papá de Manolo y Agustín.
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