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Con Palmieri en Fort Apache
Hablé con él durante casi toda la noche, de jazz, latin jazz y salsa, porque, conocedor como es de estos ritmos, había invitado también a Eddie Palmieri y a Edward, su hijo.
Pude conocer de primera mano la tierra de los mohicanos, los mismos que casi desaparecen después de varias refriegas y hoy regentan un casino en Connecticut. Vagina de Bisonte y Erección que Nunca Baja, eran nombres comunes entre los comanches de Norteamérica, y me pregunto si estos nombres no eran más originales que Yamilé o John Jairo.
Un guerrero aborigen que se hacía llamar ‘Lluvia en la cara’, era tan fiero que se comía el corazón de sus enemigos. ¡Este sí era un guerrero! Lo retrató, para la historia, Edward S. Curtis, con todos sus collares, un hacha en la mano, cinturón de caballo bayo, y media cabeza rapada. Estos tipos se sorbían la naturaleza entera, sin montura y con la cara pintada, y sabían dónde abrevaban las dantas.
Por los caminos de Norteamérica, produce tristeza hoy encontrarse con los descendientes de los fieros pawnees. En las tabaquerías son esculturas de madera que soplan una cachimba. Muchos norteamericanos se enorgullecen de tener “sangre cherokee”, por la rabia que trae adentro esta tarjeta de identidad. Jimmy Hendrix, el maravilloso guitarrista del Rock, el del concierto en Woodstock, tenía ancestros cherokees, así como un trompetista excepcional que trajo ‘Richie’ Ray a Cali.
En diciembre de 2009 fui invitado por el cacique de los últimos mohicanos, en las praderas de Connecticut. Hablé con él durante casi toda la noche, de jazz, latin jazz y salsa, porque, conocedor como es de estos ritmos, había invitado también a Eddie Palmieri y a Edward, su hijo.
Al igual que Hendrix, tiene mestizaje afro, no lleva trenzas, y ha sido reelecto. Los nativos norteamericanos aprovechan la exención de impuestos que decreta la ley federal para ellos, y son cabeza hoy de grandes casinos. El Mohegan Sun de Connecticut es otro paraíso de juegos, como Las Vegas del Este; a diario recibe paquetes completos de asiáticos que vienen hasta América para sentir el placer de ser pelados en el giro frenético de las ruletas, el Black Jack y el tintineo de las maquinitas.
En la primera mitad del Siglo XX, hacía los años 40, solo quedaban 11 mohicanos en esta pradera. Prácticamente estuvieron a punto de desaparecer, después de las refriegas feroces del siglo anterior. Hoy, el cacique gira un cheque mensual a 350 familias que viven del casino. Adentro, reconocidos artistas han realizado esculturas de guerreros famosos, y las calles están organizadas como un pueblo indio. Para llegar al casino, es menester atravesar ‘Rain Street’ (La Calle de la Lluvia).
Creo que el cacique ha subido de peso, pues puede desayunar, almorzar y comer en cualquier lugar del casino. Me recomendó un plato mezcla de ‘steak’ tipo picapiedra, con colas de langosta, todo a la brasa. Eddie Palmieri ordenó lo mismo, pero dejó todo sobre la mesa: “¡Me han servido para una semana!”, exclamó.
Nativos en negocios de apuestas, grupos confinados en reservas, granjeros que atraviesan Estados Unidos en camionetas destartaladas, la imagen del exterminio, de lo que va quedando de una épica americana. Sin contar a los descendientes de tlaxcaltecas y zapotecas que piden limosna en el zócalo mexicano, o los centenares de indígenas colombianos que imploran una moneda en las aceras de Cali, Bogotá o Medellín, o las niñas embera que bailan en las esquinas un lamento de hace tiempo.
Con el viento de la carretera, fui por muchos pagos de Estados Unidos donde otro día vivieron estas familias que recibieron a los ingleses con bucanes de pavo y frutas, porque pensaban que eran dioses de cara blanca, gesto que dio origen al Día de Acción de Gracias, celebración del último jueves de cada noviembre.
Un texto de Cecil B. de Mille, ‘Los inconquistables’, ayuda a entender la debacle. Los sioux, cheyennes, comanches, Jerónimo, Toro sentado, ganaron, a su manera. La historia los sacó hace tiempo del estereotipo de Hollywood.