Columnistas
Ciudad sabrosa
Las ciudades deben prepararse para enfrentar las amenazas del cambio climático del Siglo XXI.
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16 de oct de 2025, 01:33 a. m.
Actualizado el 16 de oct de 2025, 01:33 a. m.
Sería una ciudad muy segura, funcional, confortable, estimulante y emocionante, en lo que tiene que ver con la crianza de los niños, su salud y educación posterior, el trabajo que realizarán, sus relaciones sociales y su actividad política. Aunque lo anterior también debería ser deseable para los nacidos en el campo, no podría ser completo, lo que explica por qué cada vez más habitantes de la Tierra lo hacen en ciudades, y por qué la relación entre ellas es cada vez mayor conformando un mundo más globalizado, en el que cada vez se viaja más buscando disfrutar de las sabrosas diferencias culturales que aún hay en muchas ciudades y que hay que proteger a fondo.
Una ciudad sabrosa debe ser segura no apenas con respecto a actos delincuenciales como robos, atracos, estafas y demás, sino también de frente a catástrofes naturales como temblores, huracanes, inundaciones; y ante eventuales incendios, cortes de energía o agua; además sus vías deben ser seguras, tanto para los peatones como para los ocupantes de todo tipo de vehículos, seguridad que en buena parte depende de la crianza y educación de todos sus habitantes, de unas normas pertinentes y sensatas y de unas autoridades que vigilen que se cumplan. Y por supuesto, las ciudades deben prepararse para enfrentar las amenazas del cambio climático del Siglo XXI.
Lo funcional de una ciudad radica primero en sus servicios públicos: agua, energía, telefonía y medios públicos y privados de movilización; igualmente en su equipamiento urbano, tanto comercial, como almacenes, servicios, bancos, como institucional: educación, salud, deportes, espectáculos y museos. Y desde luego está el fácil acceso a sus plazas, parques y zonas verdes caminando por sabrosos andenes arborizados o pedaleando por agradables y seguras ciclovías; y que se cuente con buenas y suficientes vías y estacionamientos públicos para los carros y motocicletas particulares. Pero es la calidad de todo lo anterior lo que logra una ciudad sabrosa
Además, una ciudad sabrosa debe ser confortable: brindar bienestar y comodidad material; comenzando por el clima: cómo se defiende de los cambios del día a la noche, de las estaciones y temporadas extremas y de las lluvias inoportunas; además de no tener ruidos ni olores ajenos. Y por supuesto su transporte colectivo público debe ser de rutas claras, multimodal e integrado; su amoblamiento urbano y la señalización deben ser discretas, confortables y antivandalismo; y sus calles, plazas, parques y zonas verdes deben estar dotados de senderos apropiados, bellas fuentes de agua, bebederos, cómodas bancas, donde sean pertinentes, y con limpios basureros a mano.
Pero no basta con todo lo anterior, pues ante todo una ciudad además de sabrosa debe ser estimulante y emocionante en diversos sentidos; sus calles, avenidas, plazas, parques y zonas verdes deben permitir destacar sus paisajes urbanos característicos: sus edificios y monumentos, y los paisajes naturales que la rodean: ríos, lagos, mares, playas, montes y montañas. Todos los pueblos y ciudades tienen paisajes urbanos y naturales, muchos o pocos, de mayor o menor imponencia, y que recuerdan a otros o no; solo hay que saber cómo mirarlos, y para esto es preciso, educación y viajar mucho informándose antes: ser urbanitas en algún grado cosmopolitas.

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Ha sido docente en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, y en el Taller Internacional de Cartagena, de los Andes, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998.
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