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De Comala a Macondo

100 años. Juan Rulfo ha vivido en silencio por 100 años desde que nació en Sayula y creó a Comala. Sólo necesitó un libro para quedar inscrito entre las glorias de la literatura universal.

6 de junio de 2017 Por: Carlos Mejía Gómez

100 años. Juan Rulfo ha vivido en silencio por 100 años desde que nació en Sayula y creó a Comala. Sólo necesitó un libro para quedar inscrito entre las glorias de la literatura universal. Iba a llamarse ‘Una estrella junto a la luna’ pero finalmente a su obra se la ha conocido como Pedro Páramo. Estando en la universidad hallé ese tesoro. Yo no podía creer lo que estaba leyendo. A veces me encontraba con Poe o con Kafka o con García Márquez o con Faulkner. Pero descubrí que sólo existía un Juan Rulfo, incomparable, irrepetible.

Rulfo perdió a su padre (trágicamente) a los 7 años y a su madre a los 10. Luego vivió un tiempo entre monjas y con su abuela. Buscando al padre, se encontró con Comala. Allá había estado ese padre todopoderoso, arbitrario, mujeriego. Rulfo halló entonces la historia de un muerto.

Comala le recuerda a cualquiera el Macondo de García Márquez. Pero Macondo quedó inscrito en todo el universo como símbolo de nosotros, de lo nuestro, de lo ajeno. Comala, en cambio, murió con todos sus cadáveres vivientes. Algo parecido a la popularidad eterna de Gabo frente al injusto olvido de Rulfo. Ocurre que Rulfo fue quien se olvidó de sí mismo. En contraste, García Márquez estuvo siempre vivo, alerta, en contacto con el mundo de todo el mundo. De allí el contraste entre Macondo (siempre vivo) y Comala (siempre muerto entre muertos).

Rulfo: de una sola pieza. Pese a su timidez esquiva Rulfo recibió Premio Nacional de las Letras en México y el Príncipe de Asturias de las Letras. Cada renglón de Rulfo es una sorpresa increíble de ingenio, de ocurrencias, de imaginación inaudita. Además, muestra una vida extraña en inmensas llanuras secas y en valles abrasados de sopor, en aldeas solitarias, de mujeres abandonadas, de áridas montañas perdidas en el horizonte. De muertos y más muertos que hablan de sus vidas.
Pero lo más sorprendente de Rulfo es la forma como cuenta lo que cuenta. El fondo de su obra son muchos fondos y da para interpretaciones de todas las especialidades: sicólogos, sociólogos, antropólogos, pensadores de todos los pensamientos. Su estilo, sus palabras y expresiones, sus ocurrencias únicas dan para todos los comentarios y colores. Logra lo de Poe: hacer de lo triste y dramático delirantes raptos de poesía.

Dice la publicidad: “Cuando usted lee un libro no vuelve a ser el mismo”. Con tanta cosa literaria del montón no se logra mucho. Pero si quiere acceder a una obra de altísimo nivel lea Pedro Páramo o los cuentos de El Llano en Llamas de Juan Rulfo. O sus artículos. Incluso el trabajo ‘El Gallo de Oro’ con la intervención de nadie menos que de Carlos Fuentes y García Márquez.

50 años de 100 años. Dicen que después de Cervantes está García Márquez, ese que había dicho que uno no se muere cuando debe sino cuando puede. Ese para quien el secreto de una buena vejez es un pacto secreto con la soledad. Ese que dijo que el llanto más antiguo de la historia es el llanto de amor. Ese que escribió hace cincuenta años el libro que le valió hace treinta el Premio Nobel de Literatura. Ese que fundó Macondo para el mundo y que mató a Macondo luego de su decadencia y destrucción al final de las estirpes. Nunca se cansa el mundo de leerlo y de gozarlo. Le quedan, como al Quijote, cien años más de gloria inmarcesible.