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Y así llegamos al Concordato de 1887 con el cual, y entregando...

9 de noviembre de 2014 Por: Carlos Lleras de la Fuente

Y así llegamos al Concordato de 1887 con el cual, y entregando al Vaticano parte de nuestra soberanía, Núñez logró regular su relación con doña Soledad Román, o quizá agradecer lo que ya la iglesia católica le había regalado.¿Cómo entré en posesión precaria de los documentos que comentaré? Hace algunas semanas pasó por Bogotá Mauricio Rueda Beltz, joven sacerdote inteligente, elegante, culto y bien plantado quien hace parte del Servicios Diplomático del Vaticano y quien por cierto, ha pasado un buen tiempo en el Mediano Oriente y ahora ha sido llamado a Roma, supongo que por la Secretaría de Estado.Conversando con él, me comentó que su tesis de doctorado en Derecho Canónico, otorgado por la Pontificia Universitas Sanctae Crucis sobre La convención concordataria Echandía-Maglione y el llamado “cisma de la Iglesia colombiana” iba a ser depositada por él en el Gun Club (del cual es miembro).Al día siguiente pedí al encargado el velar por las colecciones del Club que me prestara el escrito y que si no estaba allí aún, me guardara el primer turno pues Enrique Gómez Hurtado también deseaba leerlo. Dos días después lo recibí y leí el texto como si fuera la más apasionante de las novelas que, además, me recordaba mi juventud cuando todavía se debatía violentamente el tema.El “cisma” sí dividió la Iglesia entre algunos prelados y sacerdotes que obedecían, como tocaba, al Arzobispo Primado de Colombia, monseñor Ismael Perdomo (que algunos han querido que sea beatificado y santificado) y Laureano Gómez, el gran enemigo de la paz, que odiaba a Perdomo por haber apoyado este la candidatura del maestro Valencia en la elección de 1930, en lugar de la del general Vázquez Cobo candidato a su vez del Partido Conservador; al político lo acompañó otro grupo de prelados y clérigos que creían más en el funesto jefe del conservatismo y su violencia verbal (que más adelante alimentó la violencia política) que en la mansedumbre que era el espíritu verdaderamente cristiano del Arzobispo.De un lado estaba, pues, el bando legitimista de Perdomo que contaba con el apoyo de Roma y del Nuncio Apostólico, del Arzobispo de Cartagena (Brioschi), de la Compañía de Jesús, de monseñor Concha Córdoba -arzobispo de Manizales-, de monseñor Luis Andrade Valderrama y de muchos más sacerdotes que daban, todos, declaraciones a la prensa y enviaban mensajes de apoyo y también predicaban a favor del Papa que había aprobado el Concordato.De otra parte y en contra del Concordato y, de hecho, del Vaticano y del Arzobispo Primado de Colombia, estaba el grupo rival encabezado por Laureano Gómez y otros jefes conservadores y con obispos como monseñor González Arbeláez, obispo auxiliar de Bogotá (quien tuvo un oscuro final), monseñor Builes, obispo de Santa Rosa de Osos quien años más tarde predicaría incitando al asesinato de los jefes liberales (“A la culebra hay que matarla quitándole la cabeza”) lo que casi ocurrió el 6 de septiembre de 1952 y por supuesto el periódico El Siglo que era un tenebroso botafuego, el senador Alfonso Uribe Misas, godo camandulero y repelente y monseñor Ángel María Ocampo -obispo del Socorro y San Gil- también propulsor de la violencia política en el decenio conservador de 1947 a 1957.Los periódicos liberales, naturalmente, defendieron el nuevo Concordato pero lo cierto es, como lo dice monseñor Rueda Beltz que, “si bien los prelados fueron tildados de rebeldes, heréticos y cismáticos” en unión de sus feligreses no tardaron en apoyar a los senadores conservadores de modo que la godarria fanática civil y eclesiástica guiada por El Siglo y Laureano Gómez se envalentonó y cerró filas contra la “masonería disfrazada” de que hablaba Laureano que usó este argumento en forma continua y logró con ello convencer a los párrocos quienes a su vez estimularon a sus parroquianos y quienes más tarde apoyarían la violencia política.De verdad que con los hechos reprochables y repugnantes en los que incurrió Gómez, quien de esa manera edificó siempre su política dirigida a ignorantes y fanáticos, se continuó fortaleciendo en Colombia un esquema que elevaría a más 300.000 los muertos de cuenta de la hegemonía conservadora que finalizó con la salida de Rojas Pinilla.