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La indiferencia de la muerte

La muerte no distingue; no importa si son niños ni ancianos, ni...

22 de febrero de 2015 Por: Carlos Lleras de la Fuente

La muerte no distingue; no importa si son niños ni ancianos, ni le concierne el sexo, ni la salud, ni la virtud, ni el miedo: por delante se lleva al que primero encuentra y a su paso hiere a los hijos y a los nietos, a las viudas y viudos, a jóvenes esposos, a niños que no han visto la vida, y a amigos. También, y lo lamento, se encuentra con menor frecuencia a gentes poco santas: guerrilleros, secuestradores, pedófilos, rateros, estafadores en vestido de gala, políticos tramposos, abogados corruptos, mujeres ambiciosas, prevaricadores, bellacos y desagradecidos, entre otros. Ninguna religión ha podido explicar esta extraña conducta salvo por los pocos milagros que ocasionalmente derrotan a la macabra parca.Estos negros pensamientos me han perseguido los últimos días, cuando he meditado sobre el tema, sin el romanticismo de Alberto Ángel Montoya pero sí con la frase de aquel poema que así se inicia y que los solemnes declamadores recitan en emisoras bogotanas hacia la media noche: “Éramos tres los caballeros”… Por mi cabeza cruzó otra frase, también lúgubre: “Éramos cinco los amigos y éramos cuatro los hermanos” y en ambos casos sobrevivo yo. Desde hace años los cinco nos reuníamos informalmente, a charlar -un poco de todo- en cualquier club o restaurante; unos, fuimos compañeros de colegio, otros de universidad, otros de piadosas parrandas. Casi nunca pensamos en morirnos y, por supuesto, jamás en algún orden: Lozano Simonelli, Van Meerbeke Restrepo y Soto Sinisterra eran los jóvenes; Sergio Restrepo y yo los ancianos (estadísticamente).Yo que nunca entendí la cercanía “verdadera y sincera” de familiares, he venido sintiendo, ahora sí, la de amigos fieles.Con Alberto, desde 1956, llevábamos unas vidas paralelas y sería extensísimo –aún cuando tal vez agradable- revivir anécdota jocosas; con Jean Luis esta vez desde 1950, había tantas cosas compartidas que nos cogería la noche, de narrarlas; Luis Soto representa otro grupo de amigos de fiestas y cabalgatas y Sergio, todo un grupo de anécdotas políticas e históricas. Año tras año, durante cuatro, sus muertes me han encogido el corazón.Mi familia se extinguió antes: mis dos hermanas, cayeron ambas, en sus cuarentas; mi hermano menor hace pocos días.A pesar de tantas molestias que tiene la vida y de la buena razón de mi rechazo, he recordado las buenas épocas de Fernando Lleras: Releí sus 6 o 7 libros y en los de versos siempre encontré presente la muerte, la música y el amor. Recuerdo sus composiciones musicales y su prosa y he oído dos de sus L.P. puestos a la venta (típico de él) cuando la Philips sacó al mercado el CD. Nada distinto podía esperarse de un economista de Harvard, un abogado de la Libre, un pianista y poeta inspirado y un bohemio integral. Veámoslo en este poema de su libro Tiempo Frágil:“Las notas se movían como peces nocturnosen las aguas inquietas de la vida;la música fluía hacia las almas.Nadie miraba a nadie sólo de vez en cuando se escuchaba un suspiro y en ojos de hombres durosafloraba una lágrima.Fue cuando aquel amigome interrumpió y me dijo:“Me apiado de tu suerte.Llevas la música en tus dedos; en tus dedos llevas la muerte”.RIP febrero de 2015