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Mueren los caballos

De sed. De hambre. Y en esas praderas del Oeste americano en...

31 de agosto de 2012 Por: Carlos Jiménez

De sed. De hambre. Y en esas praderas del Oeste americano en las que Hollywood desplegó la epopeya de unos vaqueros solitarios sin más amigos que sus caballos. Los mismos que ahora mueren de hambre y de sed debido a la terrorífica sequía que asola los campos de los Estados Unidos de América, como si fuera una maldición bíblica arrojada sobre los mandamases de Washington en castigo por su empecinamiento en negar o tergiversar los informes científicos que venían alertando sobre el calentamiento global producido por nuestra impune adicción a los combustibles fósiles. La pena o la desgracia es que las secuelas de esta catástrofe, que no es natural aunque lo parezca, se ceban en uno de los animales más bellos de la Creación. Sí, en los caballos, en esos elásticos equinos a los que he amado siempre y que amé todavía más después de visitar por la primera vez en la National Gallery de Londres la enérgica versión de los mismos pintada por Paolo Uccello en La batalla de San Romualdo, ese cuadro prodigioso, inolvidable. Como inolvidables son también los refinados cuadros de Stubb, en los que la imponencia de los caballos combatientes de Uccello es reemplazada por la elegancia ciertamente aristocrática de unos pura sangre ingleses, adiestrados por la sabia mano de sus criadores para correr sin desmayo tras los sabuesos en la incansable cacería del zorro y mantenernos el alma en vilo en los hipódromos durante sus carreras vertiginosas.Pero no creamos que los caballos mueren solos. O que sólo mueren con ellos las artes, las historias y las tradiciones producto de milenios de nuestra convivencia con ellos. No, también nosotros o una parte muy importante de nosotros, muere con ellos. Como lo anticipó Los inadaptados, ese western crepuscular de comienzos de los 60 del siglo pasado, en el que Marylin Monroe, Montgomery Clift y Clark Gable dan vida a unos personajes desolados, a unos auténticos perdedores que se ganan la vida capturando caballos salvajes para los rodeos, hasta que Marylin estalla y les reprocha que hayan caído tan bajo que con tal de sobrevivir malamente están dispuestos a privar de su libertad a los caballos. La película dice, sin embargo, más de lo que dice porque, siendo como es una elegía del caballo salvaje, lo es también de unos actores a los que ya en el rodaje rondaba la muerte. Al poco tiempo los tres estaban muertos como lo estaremos nosotros si seguimos consintiendo la muerte de los caballos.

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