Mi maestra

Cuando me hizo lector, Maruja era soltera, cuarentona, alta, gruesa y en mi recuerdo está siempre vestida con batas hechas de telas floreadas, de pie ante la pizarra con una regla en la mano

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19 de ago de 2021, 11:45 p. m.

Actualizado el 18 de may de 2023, 07:15 a. m.

A mí me ha alegrado el triunfo de Pedro Castillo, su elección como presidente del Perú en unas reñidas elecciones en cuya segunda vuelta prácticamente todos los partidos y fuerzas políticas del país se coaligaron para impedir su victoria.

Pero no solo me alegra por lo que esta victoria supone de derrota de una clase política que ha demostrado su incapacidad de resolver los graves problemas del país hermano, incluida la fractura histórica entre la costa, la sierra y la amazonia.

Me alegro por lo que tiene de reconocimiento de la figura del maestro, encarnada de manera ejemplar por Pedro Castillo, maestro rural nacido y criado en la sierra secularmente marginada en la que ha ejercido su magisterio en la escuela pública de una aldea.

Yo soy lo que soy gracias a los profesores que he tenido y a los maestros del pensamiento que he estudiado, leído o escuchado en conferencias magistrales en medio mundo, pero ninguno habría podido dejar la huella que de hecho han dejado en mí sus lecciones sino hubiera sido por la señorita Maruja. Fue ella quien se encargó de la difícil e imprescindible tarea de enseñarme a leer y a escribir y de iniciarme por lo tanto en el mundo inagotable de la letra impresa en el que desde entonces me sumergí hasta el punto de que hoy, en el ocaso de mi existencia, puedo hacer mías estas palabras de Borges, ese lector sobrehumano: “Vida y muerte le han faltado a mi vida”, de tantos años de vida que me he dejado en las bibliotecas.

Cuando me hizo lector, Maruja era soltera, cuarentona, alta, gruesa y en mi recuerdo está siempre vestida con batas hechas de telas floreadas, de pie ante la pizarra con una regla en la mano. Su hermana Virginia era la rectora de la escuela donde enseñaba, que se llamaba oficialmente el Jardín Infantil del Valle, aunque todos en el barrio San Nicolás la conocíamos como ‘el colegio de las Urrestas’. Que, en realidad, eran dos, como supe después y gracias a las espléndidas memorias que desde hace unos meses está escribiendo Luis Carvajal Urresta, uno de los sobrinos de ambas.

Él estudió en la que quedaba en la Carrera Quinta y yo, junto con mi hermana Floria, en la que quedaba en la Calle 18 entre las carreras Sexta y Séptima. En un caserón típico del barrio, con dos patios y un solar, donde en la parte delantera vivía Virginia con su familia y en la parte trasera estaban las aulas donde se daban las clases y aprendí a leer para siempre.

Historiador y crítico de arte. Profesor de la Unviersidad Europea de Madrid y corresponsal de la revista ArtNexus en España. Es columnista del diario El Pais de Cali desde 1994.

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